GARA

El líder antiimperialista que alarmó a la metrópoli al construir un nuevo país

Nacido en 1949 en la colonia francesa conocida entonces como Alto Volta, Thomas Sankara hizo carrera militar, creó la Unión de Oficiales Comunistas y se convirtió en jefe de Estado tras un golpe militar en 1983. Inmediatamente cambió el nombre al país y pasó a llamarse Burkina Faso –que en la lengua mooré significa «país de los hombres íntegros»–. Pero su legado, sin duda, va más allá de los gestos simbólicos.

Puso en marcha uno de los programas revolucionarios más radicales de la historia de África. Nacionalizó la tierra y la repartió, hizo lo mismo con las riquezas minerales, cortó con el FMI y el Banco Mundial y frente a la ayuda de Occidente y a la «nueva colonización de la deuda impuesta», lo apostó todo por la construcción de un nuevo país basado en la gestión independiente y con orientación socialista de los recursos humanos y naturales.

Prácticamente erradicó el hambre, priorizó la salud y la educación. Vacunó a millones de niños y los alfabetizó, y mejoró el estatus de la mujer en su país. Bajo su gobierno se prohibieron la mutilación genital femenina, las bodas forzadas, la poligamia y otras prácticas que atentan contra la dignidad de la mujer. Fue el primer jefe de Estado en elevar a la mujer a puestos claves de Estado y del Ejército.

Antiimperialista y panafricanista, gran seguidor del Che Guevara y amigo personal de Fidel Castro, acudía en bici a las reuniones del Gobierno –hasta que le «obligaron» a utilizar un Renault 5– y en el momento de su muerte solo tenía 350 dólares en su cartilla. Era una persona querida por su pueblo y admirada por las gentes de toda África y del resto del planeta.

Sankara no se opuso al imperialismo por opción ideológica o cálculo político sino que buscó el desarrollo de su gente desde sus propios recursos y los de su tierra, quiso que se sintieran orgullosos de lo que eran y confiaran más en sus propias fuerzas que en los préstamos de Occidente. «Nuestra lucha por la independencia y el bienestar de nuestros pueblos es tachada de insumisión, y el saqueo que ellos hacen de nuestras riquezas se llama obra civilizadora. Así escriben ellos la historia y así la aprende la mayor parte de la Humanidad», decía Sankara, que en sus escasos cuatro años de gobierno encendió todas las luces rojas en la antigua metrópoli. Burkina Faso era una chispa que podía prender un enorme incendio en el continente africano, era un ejemplo a seguir. Y París nunca se lo perdonó.

Su negativa a pagar la deuda externa y el rechazo a la injerencia francesa y su intención de que esta actitud fuera un ejemplo en el continente le situó en el punto de mira de organismos internacionales y sobre todo la del entonces presidente francés François Mitterrand y su primer ministro, Jacques Chirac. Sankara también apoyó la inclusión de Nueva Caledonia en la lista de territorios a descolonizar de Naciones Unidas.

El carismático líder burkinés, al que también se conoce como «el Che Guevara africano», fue capturado y ejecutado a los 37 años junto a doce oficiales tras el golpe de Estado de 1987. Su cadáver fue desmembrado y enterrado en una tumba anónima.