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CRÍTICA «Retrato de mujer blanca con pelo canoso y arrugas»

El peaje a pagar dentro de la vida familiar


Para quienes reclaman más riesgo en el cine que se hace en el Estado español, para quienes desean descubrir nuevos autores que cuenten las cosas de una manera diferente, o para quienes no le teman a la dinámica de vasos comunicantes entre el teatro, la pintura y el cine, para esa gente inquieta está hecho el primer largometraje del premiado cortometrajista Iván Ruiz Flores. “Retrato de mujer blanca con pelo canoso y arrugas” (2020) contiene también mucho de sesión sicoanalítica, en cuanto que revisa la influencia de Freud y Jung en los complejos que vuelven tan conflictivas las relaciones familiares, y así por ejemplo la protagonista parece ser víctima de un complejo de Electra no superado, el cual dificulta la normal convivencia con su anciana madre, por lo que tiene de obligada y no deseada libremente.

Julia (Blanca Portillo) es una artista que no dispone de tiempo para la creación, ya que profesionalmente ha ejercido como profesora de escultura. La llegada de la jubilicación podría brindarle la oportunidad de dedicarse a lo que siempre ha querido, pero tampoco logra su ansiada independencia, debido a que ha de cuidar de Marina (Carmen Esteban), ya nonagenaria y dependiente, pues su otro hijo Juan (Manuel Morón) y su nuera Esther (Ana Wagener) no quieren turnarse acogiéndola en su casa un mes sí y otro no. A Julia no le queda más remedio que acudir a los servicios del cuidador diplomado Miguel (Carlo D’Ursi).

La composición del plano es claramente pictórica, lo que obliga al público a mirar la película como se mira un cuadro. Lo importante es cada detalle dentro de la escena y la disposición teatralizada de los personajes, muchas veces colocados de espaldas, mirando a través de las ventanas o viéndose reflejados en los espejos. Otro factor distintivo es el silencio ambiental, favorecedor de la claridad y resonancia de las voces de un reparto muy entregado a la obra.