Guillermo GARRIDO
Tighnabruaic

DE LA AMAZONÍA A ESCOCIA: UNA LUCHA POR RECUPERAR LAS TIERRAS INDÍGENAS

La lucha por recuperar sus tierras une a líderes indígenas de distintos pueblos del mundo, presentes en la COP26 para alzar sus voces contra el cambio climático, y a los «highlanders», habitantes de las Tierras Altas de Escocia cuya propiedad rural se reparte entre unos pocos terratenientes.

Diferentes comunidades de todo el mundo tienen la misma lucha (...), el acceso a su tierra, interactuar y trabajar en ella», indica a Efe Mary Lou Anderson, que coordina la pequeña comunidad de Kilfinan, aldea ubicada cerca de Tighnabruaich, adonde llegó hace cuatro años.

En un acto celebrado en Tighnabruaic para marcar la amistad entre indígenas de distintas zonas del mundo y los highlanders, plantaron un roble como símbolo de lucha y de su alianza por la recuperación de la tierra para las personas y la justicia climática.

Pese a los miles de kilómetros que los separan, unos y otros se ven privados de sus tierras por intereses ajenos: empresas extractivas mineras, petroleras y madereras en el Sur; fondos de inversión, corporaciones y latifundistas en Escocia.

En Escocia, «el 67% de las tierras pertenece al 0,025% de la población», explica el director de políticas de Community Land Scotland, Callum McLeod.

Los habitantes autóctonos de las Tierras Altas de Escocia, Highlands, fueron expulsados en los siglos XVIII y XIX por los terratenientes (lairds, en gaélico), que los reemplazarlos por ovejas y ciervos, que eran más rentables, según McLeod.

Un estudio difundido el lunes en el marco de la COP26 reveló que los pueblos indígenas y comunidades locales tienen 958 millones de hectáreas de terreno en todo el mundo, pero solo tienen derechos reconocidos legalmente sobre menos de la mitad de ese espacio, 447 millones de hectáreas.

El informe –elaborado por Rights and Resources Initiative (RRI), Woodwell Climate Research Center y Rainforest Foundation US– recoge que estos territorios repartidos por 24 Estados suponen el 60% de los bosques tropicales del planeta. Debido a su falta de reconocimiento oficial, las comunidades indígenas están expuestas a la deforestación y a la explotación de al menos 130 millones de toneladas métricas de carbón.

El arca de la alianza climática

«Vengo de un pueblo totalmente diferente –comenta a Efe Nemo Andi Guiquita, indígena huaorani de la Amazonía–. Tenemos nuestro bosque primario, ríos limpios, montañas, animales...». Expresa la dureza de ver en las Highlands «cómo un país no puede tener sus propios árboles nativos». «Me parte el alma ver que la humanidad llegó a este nivel de destrucción», dice el representante de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana (Confeniae).

También alza la voz Levi Sucre, del pueblo bribri de Costa Rica, quien reflexiona sobre la necesidad de «traer a los políticos a hablar aquí para que se calienten con el calor de la energía de los bosques».

David Blair, director de la pequeña comunidad de Kilfinan, emuló al bíblico Noe al construir un arca de veinte metros de largo por seis de alto en una colina de la península de Cowal, antes de la celebración de la COP26, para «instar a los líderes mundiales a pensar en grande y actuar ya».

El arca fue el foro elegido para hablar de cambio climático. Blair, vestido con el tradicional kilt escocés, pregunta por sus consecuencias en los distintos hogares del mundo.

«Durante mucho tiempo, los indígenas hemos hablado del cambio climático, sin utilizar esa expresión», apunta Cris, de la Amazonía brasileña.

«Mi poblado está destruido por las explotaciones petrolíferas», lamenta, por su parte, Mina Setra, de la comunidad pompakng de Indonesia. «Crecí en los bosques –prosigue–, pero ahora, debido a estas empresas, el bosque ya no existe».

Unos bosques que, para Sara Omi, del pueblo embera de Panamá, son necesarios «para seguir asegurando las medicinas tradicionales».

«En la selva también nos afecta el cambio climático», asevera Nemo Andi Guiquita. «El desborde de los ríos ha destruido nuestros cultivos y se ha llevado nuestros hogares», que a su vez se ven amenazados por «empresas extractivas mineras, petroleras, madereras».

«La selva es nuestra farmacia, nos provee de alimentos. No es un pozo petrolero para nosotros, no es una mina de oro: es vida», clama la líder huaorani.