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EDITORIALA

Andueza lucha lastrado por el negacionismo y poca empatía


La oratoria parlamentaria tiene algo de impostado, para empezar porque no hay noticia de que desde una tribuna se convenciera jamás a nadie para cambiar de postura. Esa técnica teatral y la retórica no les restan valor a los debates. Son las normas del parlamentarismo, todo el mundo las conoce y por eso la dialéctica entre electos tiene un valor político. Por supuesto, un valor variable dependiendo de la calidad de la democracia y del nivel de los representantes. Los discursos desde la tribuna reflejan mandatos populares, ayudan a generar un debate público, marcan la agenda y muestran los talentos –o la falta de ellos– de las y los representantes elegidos por el pueblo.

El pasado jueves los secretarios generales de Sortu y del PSE, Arkaitz Rodríguez y Eneko Andueza, respectivamente, tuvieron un debate interesante en el Parlamento de Gasteiz. El tema eran los recibimientos a presos de ETA que salen en libertad y lo habían promovido PP y Cs. Los datos demuestran que es un debate falso, que no responde a una realidad sino a la agenda de esa derecha, y que se piden cosas que, lógicamente, no dice ni la ley. No obstante, sirvió para ver a esos nuevos líderes fajarse, establecer posiciones y plantear voluntades. Cada uno de ellos recogió lo mejor de sus intervenciones en sus redes sociales. Merece la pena verlas.

Breve biografía de las violencias sufridas

A raíz del aniversario de Aiete, diez años se ha convertido últimamente en un baremo para evaluar los cambios y las resistencias en la política vasca. Ese periodo coincide con el tiempo en el que Arkaitz Rodríguez ha estado preso de manera injusta. Nueve años y medio en dos periodos, uno de más de tres y otro de seis, una parte importante de los mismos en prisión preventiva. Casi una década encarcelado por sus ideas políticas.

Exactamente otro tanto, entre los 23 y los 32 años, vivió Eneko Andueza con guardaespaldas, bajo la amenaza de ETA. Lo relata en su libro “Jóvenes sin juventud”.

Nacidos en 1979, sin ánimo de comparar ni establecer ninguna competición absurda del sufrimiento, en ambos casos se trata de casi una cuarta parte de sus vidas. Una barbaridad, se mire por donde se mire.

Evidentemente, a una tribuna parlamentaria no se va a hablar de uno mismo, pero estos diez años han demostrado que esas vivencias, ese sufrimiento y esas militancias, cuando son compartidas y atendidas por la otra parte, dan profundidad a los debates y aportan a la convivencia. Algo de eso hubo en Gasteiz, pero de manera muy descompensada. Andueza tiene un discurso aprendido sobre la renovación de la política vasca y sobre mirar al futuro, pero cuando discute con EH Bildu, el nuevo líder del PSE no es capaz de levantar la vista y dejar de recurrir a esquemas obsoletos.

Conciencia y voluntad, palabras y hechos

Del debate del jueves se desprende que Arkaitz Rodríguez tiene plena conciencia de que su familia política tiene una responsabilidad moral en la violencia que sufrió Andueza. La Declaración del 18 de Octubre lo explicita de manera tan clara y empática que, hasta que el PNV marcó posición, nadie pudo menospreciarla con el clásico «insuficiente». El propio Andueza la valoró como «un paso además de positivo, significativo».

Sin embargo, atendiendo a lo que dijo en el Parlamento, Andueza no parece entender ni la dimensión de la violación de derechos que ha sufrido Rodríguez, ni el grado de responsabilidad que el PSOE tiene en esa otra violencia. Y si no es capaz de verlo en su interlocutor directo, es difícil que vaya más allá. Por ejemplo, es difícil que se ponga en la piel de los más de 4.000 torturados que ha certificado Lakua. Viene el 20N, y el Estado español sigue lejos de asumir la responsabilidad en las muertes de Santi Brouard y Josu Muguruza. El mismo jueves, Moncloa planteaba blindar los secretos oficiales por 50 años y esquivar las décadas de los 70 y 80.

Cuando desde el PSOE se le pide a la izquierda abertzale autocrítica, no le demandan que evalúe su historia con ojos rigurosos, sino que asuma las críticas partidarias que ellos le lanzan. Le exigen que, al aceptar las cosas que hicieron mal, infieran que lo que hizo el resto de partidos estuvo bien. Bajo ese esquema, los errores de ETA justifican las torturas, la guerra sucia, los pactos para la segregación o el derecho penal del enemigo.

Andueza y el PSE pueden cambiar de guion unilateralmente o atendiendo al ofrecimiento de reconocimiento mutuo y cooperación que lanzó Rodríguez al resto de fuerzas democráticas. Si no, las palabras y los hechos desmentirán su voluntad democrática una y otra vez.