El lado oscuro de la luz
No hay nada más barato que la luz, solía decirnos mi padre pulsando el interruptor y sacándonos de la penumbra, de la tarde que se había colado a hurtadillas en el salón, en la casa: el precio a pagar por ver y, sobre todo vernos, nunca sería demasiado elevado. No sé, vista la deriva que han ido tomando los acontecimientos, el peso que tendría ese argumento, si seguiría siendo igual de incontestable mirando los últimos recibos.
Me ha venido hoy a la cabeza esa frase tras releer las noticias sobre el alumbrado de Navidad de Vigo –nada menos que once millones (y subiendo) de luces LED– inaugurado el pasado 20 de noviembre. El responsable de ese fogonazo que va a durar casi dos meses es el alcalde de la ciudad, Abel Caballero, que en su discurso se dirigió en un correctísimo inglés a la Estación Espacial Internacional, convencido de que los astronautas de la ISS, que no tenían nada mejor que hacer, no lo perdían de vista. Elocuente.
Hay al respecto, un afilado artículo de Xavier Fonseca redactado con retranca celta y mucho sentido común, “Vigo ya se observa desde el espacio”. Como peaje, señala el periodista, desde Vigo ya no ven el espacio. Además –nos cuenta– a tiro de piedra de la ciudad se está poniendo en peligro un destino Starlight, las Islas Cíes. La Fundación Starlight reconoce las mejores ubicaciones para observar el cielo nocturno, especialmente libres de contaminación lumínica. El sistema está basado en los principios de la Declaración sobre la Defensa del Cielo Nocturno y el Derecho a la Luz de las Estrellas; derechos, prerrogativas a los que estamos renunciando.
Astrofísicos como Borja Tosar o Salvador Xurxo son concluyentes y ponen a caldo perejil ese derroche: «la mala iluminación urbana no solo es un despilfarro energético, como quien se deja un grifo abierto, es un problema que borra parte de nuestro patrimonio (desde las ciudades solo vemos 30 de cada 3.000 estrellas); debemos detenerla y recuperar el cielo».
Lo más lamentable es, no obstante, el argumentario económico, la probada rentabilidad sobre la que el primer edil, al que ya se empieza a conocer, como «El Iluminado», ha levantado su caleidoscopio. Aventura que por cada euro invertido en bombillas recuperará quinientos. Resulta indignante la naturalidad con que explica a los ciudadanos que por la volubilidad de las eléctricas se ven obligados a poner la lavadora de madrugada, que él disfruta de tarifa plana.
Quizá les debe una explicación a tantas familias sumidas en la pobreza –miseria– energética y que al llegar, aún deslumbrados de la calle a sus casas, se acuestan a oscuras. Muy recomendable para entender, para denunciar esta tragedia un cortometraje de Javier Barbero, “Los ojos de Érebo”, una joyita que se ha filmado gracias al crowdfunding.
Resulta difícil defender en la Escuela principios como la sostenibilidad cuando se perpetran desde las instituciones actuaciones de este calibre que son además jaleadas mediáticamente en programas como El Hormiguero.
Resulta complicado explicar en clase que el origen de todo este estrépito que se avecina, de que el besugo se ponga por las nubes y de que debamos ingerir en tiempo récord doce uvas está en el solsticio de invierno. Para eso habría que mirar al cielo y no al revés. Lo explica perfectamente Rafael Bachiller en “El universo improbable”, un excelente análisis de nuestra relación con el Cosmos y de cómo se ha (la hemos) desvirtuado.
No, no nos vendría nada mal en los colegios un planetario.
En fin.