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La URSS de Mijail Gorbachov vivió su último día hace 30 años

Hace ayer 30 años Mijail Gorbachov vivía su último día en el Kremlin. Mientras los soviéticos aún no se habían recuperado del trauma de la desaparición de la URSS, se arriaba casi clandestinamente la histórica bandera con la hoz y el martillo.


«Gorbachov lideró durante seis años una revolución que cambió la Unión Soviética y el mundo para siempre, pero para entonces la Perestroika ya había terminado», comenta a Efe Andrei Grachov, último jefe de prensa de Gorbachov.

El último presidente soviético salió ileso del golpe de Estado de agosto de 1991, pero ya nada pudo hacer ante el alud de declaraciones de independencia que sepultó el Kremlin en los meses siguientes. Su renuncia a la jefatura de la URSS era sólo cuestión de tiempo.

Una vez que, tras las independencias de los tres países bálticos y de Georgia, todas las repúblicas soviéticas dieron la puntilla a la URSS en la cumbre de Almaty, Gorbachov inició el traspaso de poder. «La disolución de la URSS era una realidad histórica. Además, su cargo de presidente había sido eliminado. No podía seguir en el Kremlin», explica Grachov, que acaba de publicar en francés el libro «Le jour ou l'URSS a disparu» (El último día de la URSS).

Dos días después, se reunió con su mayor enemigo, el presidente ruso, Boris Yeltsin, para hablar del traspaso del maletín nuclear (chemodanchik).

Gorbachov quería dimitir el 24, pero esperó un día más y pronunció su famoso discurso de Navidad. «Yeltsin estaba furioso. Gorbachov ni lo mencionó», recuerda Grachov, Yeltsin se negó entonces a ir al despacho del Kremlin a recoger el chemodanchik y los códigos nucleares. Envió a su ministro de Defensa, Yevgueni Shaposhnikov. En venganza, Yeltsin incumplió la promesa de que la bandera soviética ondearía en el Kremlin hasta el 30 de diciembre.

«Escuché en la radio algo sobre el traspaso del maletín nuclear. Cogí la cámara y me fui corriendo a la Plaza Roja», recuerda el fotógrafo Alexéi Boitsov. Sus diez años de experiencia trabajando en el Kremlin para el diario "Pravda" le sirvieron para ser el único reportero que inmortalizó dicha imagen para la historia. La plaza estaba casi vacía. «Unos soldados limpiaban la nieve y los transeúntes corrían a sus casas. Eran las 19:15 minutos del 25 de diciembre. «Justo después de preparar la cámara comenzaron a arriar la bandera de la URSS y a izar la tricolor rusa».

«No soy un dictador»

Gorbachov pudo haber evitado esa humillación, pero no quiso. El KGB tenía entre sus planes neutralizar a Yeltsin en agosto de 1991, pero llegado el momento no se atrevió a arrestarlo.

«Los golpistas dudaron, lo que fue aprovechado por Yeltsin para liderar la protesta. No se atrevieron a emular la vía china, es decir, la matanza de Tiananmén», señala Boitsov. Yeltsin se convirtió en el líder y el presidente soviético en su rehén.

«El golpe frenó la creación de una unión de estados soberanos. Comenzó una huida de repúblicas. Retenerlas bajo un solo Estado ya era imposible. La nueva variante de confederación presentada por Gorbachov en otoño estaba condenada al fracaso», reconoce Grachov.

Cuando Yeltsin engañó a Gorbachov y viajó a Minsk para destruir la URSS (Acuerdo de Belovézhskaya Puscha), éste podía haber enviado un destacamento especial para la detención de los conspiradores. «Salvar la URSS ya era imposible. Él no tenía instrumentos para ello. Ni el Ejército ni el KGB ni el partido».

El líder ucraniano, Leonid Kravchuk, reconoció que si Yeltsin hubiera estado en el lugar de Gorbachov «nunca habríamos llegado vivos a casa (...) Gorbachov no quería asumir el papel de dictador y evitó que estallara un conflicto entre el centro y las repúblicas, incluso una guerra civil», aseguró..