GARA Euskal Herriko egunkaria

DE HIPERCOR A INTXAURRONDO, VÍCTIMAS QUE NO CIERRAN PUERTAS

SARE TIENE CLARO QUE VÍCTIMAS Y PRESOS SON DOS CARAS QUE HAY QUE AFRONTAR A LA VEZ. REUNIÓ A CINCO DE ELLAS, DE ETA Y DEL ESTADO, PARA QUE EXPONGAN CÓMO SE SIENTEN Y QUÉ PRECISAN. UNA SESIÓN TAN CLARIFICADORA COMO CONSTRUCTIVA, AL CONSTATAR QUE VÍCTIMAS TAMBIÉN QUIEREN AYUDAR A ABRIR PUERTAS.


Sufrieron la violencia política entre 1985 y 2000, al máximo nivel: cuatro de ellas perdieron a sus padres o hermano, el quinto resultó herido en Hipercor. Su dolor no ha desaparecido, ni lo hará nunca. ¿Significa eso que hay un poso de venganza? No. Sare lo sabe porque habla con ellas y aporta un prisma nuevo a esta compleja relación entre presos y víctimas: «Dos realidades diferentes que a menudo se confrontan pero que queremos plantear como ámbitos de avance porque ambos son imprescindibles», dijo Pili Kaltzada, moderadora.

La mesa redonda acabó de hecho con una anécdota muy potente de Manrique y no conocida hasta ahora, que contrasta con tantos mensajes oficiales. Cuando le llamaron para invitarle a un «encuentro restaurativo» con uno de los autores del atentado de Hipercor, justo estaba reunido con una madre y un padre que perdieron a dos hijos allá: «El padre me dijo ‘Roberto, haz lo que tengas que hacer para que nadie vuelva a pasar por eso’. Para mí eso es la convivencia», remachó.

Naiara Zamarreño, hija del concejal de Errenteria Manuel Zamarreño, muerto por una bomba de ETA en 1998, señaló que «yo pongo en valor los pasos que ha dado la izquierda abertzale, EH Bildu, sobre el dolor de las víctimas, con su interés en aliviarlo. Se está haciendo un camino, aunque cuando veo esos recibimientos, eso duele». Y añadió: «En mi caso personal, también me gustaría que se esclareciera el caso de mi padre y cerrar así el círculo. Los presos podrían colaborar en ello, sin que eso tuviera consecuencias», planteó. Una propuesta que no encaja en los discursos oficiales actuales, solo punitivistas.

Así, la opción de que los presos vayan recorriendo el camino legal sin obstáculos no incomoda a los interlocutores ayer. Rosa Lluch añadió como argumento que «no cabe cambiar las normas a mitad del juego». Para Zamarreño, «si estamos hablando de derechos humanos, no son para unos y no para otros. Los presos también los tienen».

¿Y las del Estado?

Es el ámbito de las necesidades de estas víctimas donde sí aflora una diferencia: la que marca el reconocimiento oficial o no. Por encima de ello, Maider García, hija de la víctima del GAL Juan Carlos García Goena (1987), huérfana a los 5 años, no ocultó que «siento que no tengo nada: ni reconocimiento, ni justicia, ni memoria».

Al otro lado de la mesa estaba Idoia Zabalza, hermana de Mikel Zabalza, muerto en Intxaurrondo en 1985: «Hemos vivido en el ostracismo. Hablar de nuestro hermano era tabú durante muchos años, nadie hacía preguntas». Y se preguntó: «¿Reconciliación? Nosotras tendríamos que hacer la paz con el Estado, nos tendría que aportar confianza y herramientas».

Por encima de la fina línea invisible entre víctimas de uno y otro lado, la empatía saltó a la vista. Rosa Lluch reivindicó la necesidad de saber qué pasó, «aunque requiere generosidad, mucha generosidad». Y confesó: «Leer ‘Recoja sus cosas’, de Ander Zurimendi, fue una experiencia, es un libro que me dejó enganchada. O ver ‘Non dago Mikel’ en Barcelona, se encendieron las luces de la sala y la gente no se levantaba».