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EL FUTURO DE LOS TERRENOS DE «LA BASCONIA»

El Ayuntamiento de Basauri opta finalmente por descartar el festival

Después de que en la mañana de ayer se informara de la celebración, el próximo mes de setiembre, de un macrofestival en Basauri organizado por uno de los promotores de Mad Cool, el Ayuntamiento anunció que ha decidido descartar esa opción ante las afecciones que podría provocar. El evento estaba proyectado en los terrenos de La Basconia.


Horas después de que la noticia de la próxima celebración de un macrofestival en Basauri hubiera provocado un importante revuelo en el municipio, el Ayuntamiento anunció a primera hora de la tarde de ayer que, tras haber valorado «esta propuesta en profundidad», ha optado por descartar que se lleve a cabo.

En una nota de prensa, el Consistorio explica que «cuestiones como la inevitable generación de ruidos hacia los núcleos residenciales cercanos durante varias ocasiones al año –explica que desde la promotora se planteaba una media de cinco grandes conciertos anuales– o las dificultades de acceso, movilidad y seguridad ciudadana que podrían surgir al tener que absorber un volumen de visitantes que doblaría el número de habitantes de Basauri», le han llevado a rechazar el festival proyectado en el solar de La Basconia.

Con todo, el gobierno municipal expresa su agradecimiento a la empresa promotora ante «el interés mostrado por nuestro municipio y la seriedad y discreción que han mostrado en su relación con el Ayuntamiento».

Desde luego, oficialmente la discreción ha sido total en este tema, hasta que la noticia, difundida ayer a primera hora por la edición digital de “Geuria”, cayó como un bombazo entre los vecinos y vecinas del municipio.

Promotor de Mad Cool

Según había informado la publicación de Hego Uribe, uno de los promotores de Mad Cool, que pasa por ser uno de los eventos más importantes en el panorama musical europeo, pretendía organizar un macrofestival en setiembre en Basauri, algo que el Ayuntamiento corroboró después en su escrito.

Detrás del proyecto estaría, en concreto, el galdakoztarra Javier Arnaiz, quien, como fundador y responsable de la empresa Last Tour, donde estuvo diez años, ha sido uno de los artífices de festivales como Bilbao BBK Live o Azkena Rock Festival, y que ahora es codirector de Mad Cool, creado por él mismo en 2016.

Según se apuntaba en la noticia, Arnaiz ya tendría atados «acuerdos con artistas de talla de primer nivel, con capacidad demostrada para congregar a decenas de miles de personas», lo que da a entender que el proyecto estaba avanzado, aunque añadía que «como con cualquier otro evento de estas características, la celebración del festival en las fechas previstas está pendiente de la evolución de la pandemia y las medidas que adopten los respectivos Gobiernos en relación con la misma».

Futuro industrial hipotecado

La noticia, por sí sola, era de gran impacto en el municipio, por lo que conllevaría la celebración de uno o varios eventos anuales capaces de congregar a decenas de miles de personas. Pero esa información contaba con una derivada muchísimo más polémica, pues exponía la posibilidad de que ese proyecto pudiera afectar profundamente al desarrollo industrial y económico del municipio vizcaino.

Y es que esos festivales, si hubieran salido adelante, se iban a celebrar en los terrenos de la antigua fábrica de La Basconia, una amplia superficie sobre cuyo uso llegaron a un acuerdo hace apenas un mes la Entidad Estatal de Suelo (SEPES), titular de la misma, y el Consistorio basauriarra, y sobre la que en función del mismo se proyectaba otro tipo de empleo, ligado a la actividad industrial o comercial.

En una localidad que tiene una gran densidad poblacional y que está constreñida por instalaciones e infraestructuras de escaso o nulo retorno, como la cárcel y los cuarteles de la Policía española, Mercabilbao, la playa de vías de Ariz, las cocheras del Metro o la recientemente anunciada estación del TAV en Lapatza, entre otros, la amplia explanada que ocupó La Basconia, en el barrio de Larrazabal, representa uno de los pocos espacios amplios sin explotar.

Un terreno ideal para levantar no solo viviendas, sino también infraestructuras de carácter industrial, necesarias para paliar el profundo golpe provocado por la crisis de la primera década de este siglo, que han convertido en casi un erial la antaño fecunda cuenca del Ibaizabal.

Precisamente, en el acuerdo publicitado a finales del año pasado, que modifica el alcanzado en 2009, se indica que esa superficie, de unas trece hectáreas de extensión, podrá acoger actividad económica y uso terciario, además de viviendas. En concreto, el nuevo convenio contempla dos ámbitos diferenciados: «Basconia Noroeste», de 74.845 m² de superficie de suelo de uso terciario e industrial, y «Basconia Noreste», de 62.455 m² para uso residencial, en el que podrán construirse 398 viviendas, muchas menos que el millar largo previsto hace trece años.

En este sentido, la opción de dedicar esa parcela a celebrar macrofestivales hipotecaría la posibilidad de emplazar otro tipo de instalaciones, pues a nadie se le escapa que un evento ideado para congregar a decenas de miles de personas, con la necesidad de mantener un espacio amplio y diáfano para acogerlas, condicionaría otras formas de actividad económica.

¿Qué habría dejado el festival?

Los promotores probablemente habrán apelado al impacto económico que las decenas de miles de personas que se acercarían al macrofestival provocarían en forma de reservas hoteleras y gasto en hostelería. De hecho, el Ayuntamiento admite en su nota que entre las variables analizadas para decidir si dar o no luz verde al proyecto estaban «el volumen de empleo que pueda generar o la vocación de permanencia en el municipio».

Pero cualquiera que conozca Basauri sabe que no tiene infraestructuras para acoger a tal gentío, de modo que la mayoría de los visitantes se hospedarían en Bilbo –a diez minutos en metro–, en otras localidades adyacentes o en instalaciones preparada ad hoc en el propio recinto.

Y es sabido, asimismo, que en este tipo de festivales el consumo de bebidas y comidas suele facilitarse dentro del perímetro festivo, y habría que ver cuánta gente acudiría a los bares y restaurantes de la localidad, la mayoría de ellos muy distantes.

Respecto a la publicidad que aportaría estar ligado a un evento de proyección internacional, es improbable que Basauri, un municipio de carácter industrial y que no tiene vocación turística, fuera a recibir una cantidad alta de visitantes fuera de las fechas de los conciertos. Además, la marca Mad Cool no puede alardear de imagen más allá del espectacular cartel que acostumbra a presentar cada año, ya que son muchas y muy afiladas las críticas recibidas por la mala organización del festival, con interminables colas para acceder al recinto o para adquirir comidas y bebidas, y por su vocación únicamente recaudatoria. «Festival sin alma», lo definió la revista Esquire en una demoledora reseña publicada en 2018.

Tampoco era un dato intrascendente que para realizar cualquier actuación en esa parcela es imprescindible descontaminar lo suelos, debido a su alta contaminación tras ochenta años de actividad industrial. Y así lo reconoce el Consistorio, al indicar que «hemos sopesado los requerimientos medio ambientales que serían exigibles para que en este suelo potencialmente contaminado se desarrollase este tipo de actividad».

Todos estos elementos parecen haber pesado para que al final, el festival que algunos daban por hecho, y que era más que un rumor en determinados círculos del sector en Euskal Herria y también en Madrid –aunque el Consistorio no ha dicho nada hasta que se ha publicado la noticia–, no se vaya a celebrar.

Lo que está por ver es qué idea va a ocupar su lugar, y si se va a apostar por construir un futuro a la estela del pasado industrial que define a Basauri.