Alfredo Ozaeta
GAURKOA

Erosión democrática

Vivimos tiempos de desconcierto y desánimo, donde las incertidumbres superan a las certezas, muy a pesar de que nos vendan un futuro de bonanza y abundancia en base a la felicidad que las tecnologías y las manidas transiciones nos aportarán.

Posiblemente el planeta y su universo seguirá su curso pese al maltrato y continuas agresiones a las que le estamos sometiendo. Sería muy presuntuoso por nuestra parte creer que unos seres insignificantes e intranscendentes como los humanos vamos a ser capaces en nuestra corta existencia de destruir una creación de millones de años y cuya perfección, funcionamiento, vida, dimensión y mecanismos de autodefensa aún desconocemos. Lo que si pudiera darse es que nuestro egocentrismo y codicia por dominarlo o controlarlo nos aboque a nuestra propia autodestrucción.

Las alteraciones ambientales o naturales en el ecosistema, aun siendo muy importantes y de una extrema gravedad, pienso que nos afectarán más a nosotros y nuestras vidas que al propio devenir planetario. Por el contrario, no está tan claro que los valores o principios de libertad y democracia puedan regenerarse de la erosión que se está produciendo y seamos capaces de recuperarlos y reforzarlos.

No es casual el crecimiento y sobreexposición en los medios de las organizaciones fascistas y de extrema derecha al objeto de adquirir la homologación y protagonismo que cíclicamente se les otorga. Es notorio el papel de mamporrero provocador de miedos y amenazas para facilitar mudanzas ideológicas y frenar avances democráticos en la deriva de un Estado y de una sociedad donde la corrupción e injusticias son aceptadas e incluso premiadas

La pérdida de libertades a la que estamos asistiendo es más que evidente, empezando por la de expresión, donde los lobbies y grupos de presión que el propio Estado ha creado para comprar votos y adhesiones, a cambio de dineros, marcan y condicionan las agendas que abogan por la normalización democrática, diálogo o reconciliación. Reeditando lo que interpretan como delitos de odio o apologías varias para salvaguardar sus intereses y preservar la impunidad de sus delitos. El rencor y odio que destilan junto a su ADN fascista no los podía situar en otro escenario, que no fuera el más alejado de la justicia y la verdad.

No es solo que la democracia española sea escasa como dicen desde Europa, sino que cada día da más la razón a los que pensaban que los mimbres de la transición del 78 la convertirían en una democracia fallida.

Mientras tanto, desde los sectores progresistas se está abrazando incondicionalmente y con indisimulado alborozo a lo que desde el neoliberalismo se llama progreso o impulso digital, sean redes sociales, plataformas comerciales o audiovisuales u otros medios con penetración e influencia en la sociedad. Sin valorar lo que ello supone como potenciador del individualismo, la incomunicación, la disociación o perdida de autonomía personal y de pensamiento. Por no hablar de la gran brecha que se está abriendo no solo entre ricos y pobres, sino también generacional.

La resignación de las izquierdas, incluida la abertzale frente a un neofascismo desacomplejado y envalentonado está empezando a ser preocupante. Es verdad que nunca había desaparecido de su España, pero las corrientes del exterior y el fortalecimiento de los poderes fácticos más retrógrados del Estado, judicial, militar, policial y religioso les ha vuelto a sacar de la hibernación en la que aparentemente se encontraban. Tampoco hay que obviar el impulso que las nefastas y erráticas decisiones desde los gobiernos y formaciones llamadas socialistas y socialdemócratas se les ha dado.

Hay que dejar de mirar hacia otro lado y confrontar abiertamente idearios de democracia, libertades e igualdad con los totalitarios. Que la sociedad, sobre todo los más jóvenes, perciba y esté prevenida de las diferencias y de lo que puede venir si continuamos inmóviles o en estado de inanición.

Esto hay que pedírselo a todas las izquierdas del Estado y, en nuestro caso, a la izquierda abertzale. Nos hemos alegrado, compartido y apoyado su apuesta por la política, pero solo con ello no es suficiente. No podemos perder el contacto y la cercanía con la sociedad y sus problemas más acuciantes: salud y educación pública de calidad, trabajo y salarios dignos, igualdad, vivienda accesible para todos, etc. Y mucho menos la iniciativa y protagonismo en la defensa de los derechos para todas.

La tesitura o conflicto ideológico no es tal por apoyar a formaciones de gobierno o partidos políticos cuyos programas están en las antípodas de los propios y que incluso cercenan derechos, como en nuestro caso pueda ser el derecho de autodeterminación, si ello sirve para frenar al fascismo. Pero de ninguna manera ello debe suponer desmovilización, indolencia o perdida de señas de identidad, objetivos programáticos u otros que demande la sociedad, y sobre todo la defensa de las libertades y la cultura antifascista.

Muchas veces incluso nos confundimos de enemigo, como a raíz de la pandemia, con esquemas tan simplistas como los que hemos escuchado de que las personas que recelan de las vacunas o se niegan a inyectárselas son de la línea de Bolsonaro, o lo que es lo mismo: corruptos, xenófobos, supremacistas, insolidarios, etc. Por reducción, es como decir que los vacunados son todos demócratas, Borbones incluidos. Dentro de los colectivos opuestos a la vacunación indiscriminada también hay progresistas y antifascistas que lo único que demandan es libertad, información, libertad de expresión y stop a la censura.

En la microeconomía de los pequeños negocios, autónomos, se suele decir que el que es mal pagador difícilmente dejara de serlo; en cambio, el bueno puede llegar a convertirse en malo. Con el fascismo ocurre otro tanto, los xenófobos, supremacistas, dictadores y contrarios a las libertades e igualdad difícilmente se convertirán en demócratas, por el contrario, estos sí que pueden llegar a abrazar el fascismo.

La tarea que tenemos es ardua pero muy clara, defender los derechos y valores democráticos de las corrientes o grupos que intentan destruirlos.