Amparo Lasheras
Periodista
AZKEN PUNTUA

La guerra, la cultura y la vida

Pocos días después de que el Ejército ruso entrara en Ucrania, un ciudadano de Florencia llamó a su alcalde, D. Nordella, para exigir que derribará una estatua que el escritor ruso Dostoievski tiene en el parque Cascine. Al mismo tiempo, la rectora de la Universidad Bicocca de Milán pedía al profesor Paolo Nori «posponer» el curso que iba a impartir sobre el autor de “El Idiota”, la novela que Dostoievski terminó de escribir en Florencia en 1869. Por fortuna Nordella rechazó la petición y Nori se negó a «posponer» el seminario, aunque horas más tarde la Universidad le obligó a ello.

Decisiones semejantes contra la cultura rusa están recorriendo Europa con un mismo argumento: «Hay que solidarizarse con Ucrania y hacer boicot a Rusia». Con una razón tan rotunda como impuesta, en el debate social se está sacrificando la coherencia en favor de la hipocresía. Por una parte, se desata la caza de brujas contra la literatura, la música o el cine ruso y, por otra, se aplaude al deporte y la cultura de países cuyos gobiernos se han dedicado a sembrar el planeta de guerras y genocidios como el de Palestina. Nori, al denunciar la censura sobre Dostoievski, advertía: «Ahora ser ruso es un problema, incluso ser un ruso muerto». Una verdad peligrosa, sí, pero tal vez sea un intento inútil, porque, según Malreaux, «aun en la muerte, la cultura continúa siendo vida».