Iñaki Lekuona
Profesor
AZKEN PUNTUA

Armado

El pasado lunes, un jubilado francés residente en la costa labortana decidió, como rusófilo antiputinista que es, dar un golpe en la mesa internacional ocupando la villa vacía propiedad de la hija del máximo mandatario del Kremlin. Como la policía francesa acudió rauda a desalojarle, Pierre Haffner, que a sí se llama el septuagenario okupa y chaleco amarillo, respondió airado que el gobierno de Macron protege a la mafia oligarca rusa. Seguramente no le falte razón y muy posiblemente la procedencia del dinero con el que Vladimir Putin se hizo con la propiedad biarrota es sucia, incluso muy sucia, pero no mucho más limpia que los billetes que sirvieron para que propietarios no rusos se hicieran con otras tantas villas y apartamentos en todo el litoral. El sopapo que el jubilado quiso dar a Putin no hace sino dejar marca en la mejilla de un territorio vendido al mejor postor.

Hace casi un año fueron los agricultores los que se levantaron en Arbona contra una especulación que ya denunciaba el grupo armado IK a mediados de los setenta. Casi medio siglo después, la costa está cada vez más devorada por el cemento, condenando a los jóvenes al éxodo hacia el interior, también cada vez más ocupado. Y la culpa de esta invasión no es de Putin, sino de un sistema económico de hormigón armado que llevó al propio Haffner, antiguo empleado de petroleras rusas, a acabar residiendo aquí.