Josu Iraeta
Escritor
GAURKOA

EEUU, Irak, Líbano, España, Ucrania

Entiendo que opinar con seriedad y mesura, analizando desde un prisma más o menos lógico, tratando de evitar el «ruido» que tanto confunde, sin necesidad de atribuirse la potestad de «saber», y sin el ánimo de engañar a nadie –en cualquier trance de la vida– no es sencillo. Máxime si en el tema a tratar incluimos España, Irak, Líbano, Ucrania, etc.

Para situar a quien me honra con su lectura, quiero comenzar afirmando que en cualquier conflicto –sea este armado o no– de baja intensidad o no, lamentablemente, una de las primeras víctimas es siempre la verdad.

En la entrada citaba el «ruido», que es utilizado como pátina que uniformiza, que esconde. Es el telón del enorme escenario tras el que permanece la verdadera razón del conflicto armado, la economía. La economía que genera poder.

A pesar de todo, debe aceptarse que lo natural, quizá hasta «humano», es alinearse con alguna de las partes en conflicto, incluso siendo conscientes de ser víctimas de la manipulación inevitable a la que podemos acceder, lo que –sin duda– desvirtúa nuestra capacidad de análisis.

Desde mi punto de vista, la inercia con que se vive, no permite a la sociedad –la nuestra– reflexionar en profundidad, elegir con conocimiento, establecer pautas lógicas de convivencia.

Hace ya mucho tiempo que viajamos de modo apático hacia adelante y hacia atrás. Adelante, como tobogán sin freno ni destino preciso, con la única promesa «maravillosa» de la globalización democrática de Europa.

Atrás, desde la sorpresa de la verificación inquietante de que los signos de la economía se asemejan, cada vez más, a los cincuenta del pasado siglo, con todo su irracionalismo y extravíos alimentados por lo que se vino en llamar, la «Gran Depresión».

Es innegable, vivimos en la demagógica y perversa escenificación política de la ideología nacional excluyente, liderada y auspiciada por organizaciones políticas, que unas más, otras menos, muestran su parentesco con la que prevaleció en la España de los llamados cristianos viejos, con su deseo de vengar centenarias afrentas y programado «odio interétnico».

Entiendo que a algunos –muchos–, no les «suene» bien, pero lo cierto es que en parte de la vieja Europa se vive –hoy– tal y como se preveía tras el «desconcierto» surgido por la caída de la ideología alternativa de los regímenes fundados en el marxismo.

Así pues, a nadie debiera extrañar que lo que desde hace algún tiempo viene llamándose «nacional populismo», en mi opinión, fruto y consecuencia de los errores cometidos durante décadas por el «socialismo democrático», poco a poco esté adquiriendo una notoriedad, que retrata perfectamente a la sociedad española.

No sirve de mucho dejar constancia de que estaba previsto el ejercicio político, las maneras ya conocidas en otras legislaturas por el partido en el Gobierno. El imprevisible rumbo que los actuales gestores de La Moncloa están imponiendo –siempre que pueden– es consecuencia de las impactantes promesas electorales hechas sin el rigor de tener que cumplirlas. De las falsedades y trampas dialécticas revertidas de «concienzudas» aseveraciones técnicas, propias de quien se siente amparado por el poder de la gestión.

He comenzado citando el enfrentamiento armado en Ucrania y pienso continuar valorando las graves consecuencias que con su «tratamiento» informativo, con análisis simplistas, calificando dónde están los buenos y dónde los malos, allanan el camino a quienes calculan sus beneficios, contando víctimas, tanto civiles como militares.

Si no estuviera lleno de cinismo que esconde masacre y latrocinio, «El trío de Las Azores»; George Bush, Tony Blair, José María Aznar, bien pudiera ser titular de película. Pero no, ni fue, ni es ficción inteligente, sino la degradación de un sistema que agiganta y encumbra a quienes invaden, matan, destruyen y roban. Porque estos tres individuos, no exportaron democracia, sino todo lo contrario.

¿Alguien sabe, conoce, por qué volaron las torres gemelas en Nueva York?

¿Alguien sabe a qué se debe ese «celo profesional» por difundir la situación en Ucrania? Celo del que nadie se percató con las invasiones de Irak y Líbano. Celo profesional que ignora las víctimas de conflicto armado, actuales, de hoy en el resto del mundo.

En una sociedad en la que unos y otros se ufanan orgullosos de asegurar el futuro con generaciones de jóvenes «sabios» que garantizan un porvenir esplendoroso, cómo se puede ocultar y engañar, aplaudiendo a los responsables de tanta masacre.

En Bagdad y Trípoli saquearon, asesinaron y robaron cuanto quisieron, además de «cocinar» las bombas que más tarde mataron inocentes en Madrid. Hoy sus responsables son «estadistas» que continúan engañando al mudo, que les hace millonarios en dólares.

¿Cómo es posible que los medios de «información» sacudan sin piedad el cerebro de los contribuyentes, ignorando, engañando, ocultando que Aznar, Blair y Bush son igual de responsables que Putin en Ucrania?

¿Dónde está, para qué sirve el Código Deontológico?

Con el paso del tiempo no hemos aprendido lo que se supone. Es penoso observar cómo una sociedad supuestamente culta, cambia de opinión, bastando para ello la publicación más o menos vistosa de un video electoral.

Cualquier individuo, sea este vasco o español, medianamente dotado para pensar –hoy ejercicio de escasa valoración social– puede llegar a la conclusión de que este sistema es muy mejorable. Y es que si con la experiencia acumulada a lo largo de los siglos, aceptamos a la democracia como hallazgo de la ciencia política, es inadmisible que esta sea «manipulable» para los que –compartiendo doctrina y objetivos– con los responsable directos –sólo en Navarra– de la muerte de más de 3.000 personas. Que nunca pidieron perdón, ni devolvieron lo robado. Que nunca cumplieron condena, ni jamás han renunciado al logro de sus objetivos.

Esos que continúan hoy tratando de asaltar las estructuras de poder. Esos que hoy continúan su camino depredador aplicando «a otros» la doctrina Parot.

Permítanme finalizar dirigiéndoles una pregunta. Una pregunta concreta, concisa, esta: ¿qué es España?