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EDITORIALA

Un Estado profundo de la mano de uno ridículo


En sí mismo, el desarrollo de los acontecimientos en el caso del espionaje español es clarificador. Primero, un medio internacional de prestigio y un organismo civil destapan que diferentes cargos del independentismo catalán, sus familiares y sus abogados, y dos de sus aliados vascos han sido espiados por parte del Estado español con un programa israelí. Las primeras versiones del Gobierno español son pueriles, tanto las que intentan negar como las que juegan a la justificación. Pero el CNI asume que han utilizado Pegasus contra políticos independentistas. Esa labor entraría en las funciones de la Unidad de Defensa de los Principios Constitucionales. La ministra de Defensa, Margarita Robles, pierde los papeles y cae en contradicciones evidentes, como negar lo que dice el CNI, para terminar justificando lo injustificable. Luego insinúan que las escuchas han sido realizadas bajo control judicial. Las víctimas exigen la dimisión de la ministra. Sus socios de Gobierno le piden que depure responsabilidades. No parece que vaya a suceder ni lo uno ni lo otro.

Ayer el Gobierno español denuncia en una comparecencia de urgencia que precisamente Pedro Sánchez y Margarita Robles han sufrido espionaje. Qué oportuno. Lo dice el CNI. Dicen que es «externo», pero no afirman que sea extranjero. Dicen que es ilegal porque no habría sido bajo tutela judicial –«a diferencia del espionaje bueno», se entiende–. Lo denuncian ante los tribunales y demandan la comisión de investigación parlamentaria que denegaban la semana pasada. Todo lo contrario que con los catalanes.

Sin embargo, en todos los escenarios e hipótesis posibles, tanto si les espían los suyos, como si les vigilan otros, como si no es más que una maniobra, el Estado español se expone como un Estado chapucero, opaco, frágil e indecente. En él conviven una maquinaria represiva sin límites, las estructuras que le garantizan la impunidad y un gobierno acomplejado. Al otro lado de la línea están sus víctimas, los disidentes y los derechos. El mundo escucha atónito; y sin pestañear, todo hay que decirlo.