Laurent PERPIGNA
ELECCIONES LEGISLATIVAS EN LÍBANO

Riesgo de un bloqueo institucional

Si bien todos los referentes de los principales partidos han sido reelegidos tras las elecciones legislativas, la correlación de fuerzas ha evolucionado. Hizbullah pierde su mayoría parlamentaria y los candidatos de la revuelta popular de 2019 hacen su gran entrada en el escenario político libanés.

En Líbano, la rabia está presente en todas partes. En las paredes, en los labios, tanto en el espacio público como en las esferas privadas. En el punto de mira de una gran parte de los libaneses, sin importar su religión, la clase política que llevó al país al colapso sigue con vida. Solo bastaba con deambular el domingo por los centros de votación: por todas partes, los partidos tradicionales habían movilizado a miles de militantes instalados en tiendas, dialogando con los electores, tratando de convencerlos.

Ellos se han visto también profundamente afectados por la crisis. Sin embargo, no han abandonado a sus líderes comunitarios, a quienes creen «menos responsables» que los demás de la degradación del país. «En Líbano, siempre es culpa del otro, y el otro es el que es de otra confesión», lamenta un joven militante, en una mesa electoral de la capital.

He ahí lo cínico de la situación. Cada partido, preocupado por ser derrotado por un cambio inevitable, ha logrado persuadir a su electorado de que serán las primeras víctimas de un voto de castigo.

Así, por ejemplo, cerca de una mesa electoral de Jounieh, al norte de Beirut, militantes de las Fuerzas Libanesas –derecha cristiana– explicaban «a quien quisiera escuchar» que eran las únicas que podían evitar la desaparición de su comunidad en Líbano. Del lado de los chiíes del tándem Hizbullah/Amal –en los suburbios meridionales de Beirut– se ponía de relieve el riesgo de que el país cayera en manos de saudíes, estadounidenses e israelíes si perdían su mayoría parlamentaria. Desde el lado suní del oeste de la capital se instaba al voto contra el control de Irán a través de Hizbullah explicando que era «una cuestión de supervivencia» para ellos.

En este complejo panorama, no es nada raro que las presiones se sucedieran a lo largo de la jornada electoral. La Asociación Libanesa para las Elecciones Democráticas (LADE) ha constatado «violaciones flagrantes» y, en particular «cientos de casos de acompañamiento de electores hasta las cabinas electorales». «Aquí una voz se compra a cambio de gasolina, de dólares... De casi todo», afirma una residente de la región de Tiro.

Pese a todo, las pasadas elecciones marcarán un cambio histórico en Líbano. Los candidatos surgidos del movimiento de protesta de 2019 han logrado un avance espectacular, con 13 diputados electos. Un éxito aún más notable teniendo en cuenta que en varias regiones, esta oposición ha logrado desbaratar algunos de los pilares de la política libanesa.

Es el caso, en concreto, de la Corriente Patriótica Libre (CPL, cristianos), dirigida por el presidente de la República, Michel Aoun, que ha sido severamente castigado por los electores. Y las consecuencias van mas allá. Este retroceso, por desfase, contribuye a debilitar a sus aliados del Hizbullah, que a causa también del retroceso en varios de sus feudos, el partido chií pierde su mayoría parlamentaria.

Y para muestra de la tensión en Líbano, un botón: después del anuncio de los resultados, partidarios de Hizbullah quemaron el «puño de la revolución», que ocupaba el centro de Beirut desde 2019. Un símbolo ya casi histórico del país.

Fuerzas Libanesas, partido cristiano de derecha dirigido por Samir Geagea y considerado cercano a Arabia Saudí, se encuentra en una situación de fuerza. Visceralmente hostil a Hizbullah, estos antiguos falangistas, veteranos de la política libanesa, se convierten en la principal fuerza cristiana.

Por consiguiente, el Parlamento libanés corre el riesgo de polarizarse entre dos bloques, el dominado por Hizbullah y el liderado por las Fuerzas Libanesas. Y como novedad, los diputados hostiles al Partido de Dios –Hizbullah– deberían ser mayoritarios. Inevitablemente, la cuestión de las armas de Hizbullah –milicia más poderosa militarmente que las fuerzas armadas libanesas, según varias fuentes– se convertirá en el centro de las crispaciones más ardientes. Y es que el aparato militar es la prioridad y la razón de ser del partido. Sus portavoces son muy claros: no transigirán en esta cuestión.

La confrontación ya ha comenzado. El líder del bloque parlamentario de Hizbullah, Mohammad Raad, advirtió a sus rivales: «Los aceptamos como adversarios en el Parlamento, pero no los aceptaremos como escudos que protegen a los israelíes. Presten atención a su discurso, a su comportamiento y al futuro de su país (...). No aviven las llamas de la guerra civil».

Si bien esta retórica es cuanto menos un hecho habitual en Líbano, una confrontación de gran intensidad en el terreno político podría imposibilitar una salida de la crisis que sume a Líbano.

En estas condiciones, es difícil imaginar que el Estado libanés ponga en marcha las reformas necesarias para lograr el apoyo del Fondo Monetario Internacional, menos aún cuando el miedo al vacío flota en la cúspide del Estado. Las disputas internas podrían conducir a nuevos bloqueos en lo referente a la futura elección del presidente del Parlamento, la designación del primer ministro y su gabinete, así como la elección del presidente de la República prevista para finales de año.

En este contexto, los recién elegidos independientes tendrán la difícil tarea de impulsar un rígido sistema, inflexible al cambio. «Espero que la generación de mis hijos llegue a donde no pudimos hacerlo nosotros. Construir un país soberano, libre, democrático y laico», declaró Nayla, de 54 años, frente a una mesa electoral del distrito de Kesrouan.

De estas elecciones se pueden sacar algunas lecturas: ya sea por convicción, por miedo o a menudo por necesidad, muchos libaneses han mantenido su confianza en los dirigentes comunitarios, a pesar de la dilapidación de todos sus activos. Lo que hace de Líbano la perfecta «cleptocracia redistributiva». En definitiva, un modelo en el que las carencias del Estado, combinadas con la pobreza, hacen las veces de baluarte contra la democracia.