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RETRATO DE LA POLÍTICA ALEMANA

Radiografía de los partidos frente a la guerra entre Ucrania y Rusia

Si se quiere criticar a Alemania por ser rusófila, el primer nombre que se oye es el del excanciller socialdemócrata Gerhard Schröder (SPD) porque trabaja para la empresa energética Gazprom. Sin embargo, también los demás partidos alemanes han buscado la cercanía del presidente ruso, Vladimir Putin. Todos menos uno, los Verdes.


Hace ya más de tres meses que Vladimir Putin ordenó el ataque contra Ucrania. Con su decisión no sólo se cargó el sistema de seguridad europeo, sino también provocó que Estados que hasta ahora había mantenido cierta neutralidad –como Finlandia y Suecia– pidan su integración en la OTAN. Desaparece así el «cordón de seguridad» que mantenía a distancia a la Organización Atlántica y Rusia.

Por si esto fuera poco, Alemania ha dejado de ser mediador entre Occidente y la Federación Rusa. Es más: por primera vez desde 1999, EEUU y la OTAN no han de temer que Berlín –o sea, la mayoría social en Alemania– salga a la calle para evitar la participación alemana en una guerra de esta índole. Las pocas voces que podrían clamar por otra política exterior casi se han extinguido ante el mensaje único de que hay que cerrar filas de manera unilateral con Ucrania frente la agresión rusa. Las personas que piensan de manera distinta –o que, simplemente, recuerdan el déficit democrático del Gobierno ucraniano con la ilegalización de partidos políticos– corren el riesgo de ser tachados de «prorrusos» y de simpatizantes de la Nueva Derecha alemana y del movimiento negacionista.

Por lo demás, tanto Kiev como Moscú han puesto fin a décadas de arduo trabajo de memoria histórica en Alemania, banalizando el término nazismo: Putin vende su «operación especial militar» como una campaña de «desnazificación»; su homólogo ucraniano Volodymyr Zelensky no deja pasar un día sin «nazificar» a Rusia. Quien recuerda el pasado y el carácter neonazi del regimiento ucraniano Azov y el uso de símbolos nazis por parte de sus integrantes tiene que sufrir fuertes reacciones.

De ello se encarga el embajador ucraniano en Berlín, Andrij Melnyk. Defiende sin reparos a, Batallón Azov y mantiene en línea a la élite política alemana. En otros tiempos se le habría declarado «persona non grata», no tanto por simpatizar abiertamente con el controvertido colaborador nazi Stepan Bandera –víctima del servicio secreto soviético KGB en Munich– como por atacar ni más ni menos que al jefe de Estado alemán, Frank-Walter Steinmeier. «Para Steinmeier la relación con Rusia era y sigue siendo algo fundamental, incluso sagrado, independientemente de lo que ocurre. Ni siquiera la guerra de agresión tiene mayor importancia», aseguró el diplomático ucraniano en entrevista al “Tagesspiegel” de Berlín. Incluso le echó en cara ser el hombre de Putin en Berlín y de haber «tejido» y mantener una «red de contactos» entre alemanes y rusos.

A Melnyk no le gustó que Steinmeier le invitase a un concierto en el que intervenían tanto músicos ucranianos como rusos. Antes de ser elegido presidente de Alemania, el socialdemócrata había sido ministro de Exteriores de la canciller Angela Merkel (CDU) y, antes, jefe de la Cancillería Federal con Gerhard Schröder. Desde Kiev se comunicó que Steinmeier no sería bienvenido en el país cuando otros homólogos suyos se preparaban para viajar a Ucrania.

Este ataque frontal –a pesar de toda la ayuda política, económica y militar que presta Berlín– ha debilitado al SPD en general y al canciller, Olaf Scholz, en particular.

El partido de Willy Brandt inició la Ostpolitik en los años 70 con su lema «cambio a través del acercamiento». Aportó así su parte para el final del experimento socialista en Europa. Después de la unificación alemana, en 1990, la consigna se cambió por «transformación a través del comercio». Una vez liquidada la Unión Soviética, muchas empresas alemanas desembarcaron en la Federación Rusa buscando nuevos mercados y beneficios.

Actualmente, el foco está puesto en el sector energético, especialmente en el gasoducto Nord Stream 2 que une Alemania con Rusia a través del mar Báltico. Técnicamente estaría operativo si no fuera por las sanciones occidentales impuestas a Moscú. El SPD y, sobre todo, el excanciller Schröder, iniciaron y defendieron el proyecto que explica, en parte, la dependencia de Alemania del gas ruso.

Desde su posición en Gazprom, el exjefe de Gobierno tiene su parte de responsabilidad, pero también su correligionaria, la ministra presidente de Mecklenburg-Antepomerania, Manuela Schwesig. Aunque arrasó en las elecciones regionales, ahora afronta un escándalo mayor porque con capital ruso se creó una fundación medioambiental para promocionar Nord Stream 2. El asunto se ha complicado porque importantes documentos fiscales sobre la financiación de la fundación han desaparecido. Schwesig, que podría jugar un papel importante a nivel nacional, tiene que salvar ahora su carrera política.

La Unión Demócrata Cristiana (CDU) de Friedrich Merz y principal fuerza de la oposición en el Bundestag instrumentaliza el Nord Stream 2 para desgastar al SPD. Ha emprendido pasos para que el Estado quite a Schröder la oficina, los empleados y la financiación que le corresponden como excanciller. Con esta iniciativa, la CDU quiere desviar la atención de su excanciller Merkel y de su socia bávara, la Unión Social Cristiana (CSU).

A lo largo de sus cuatro mandato al frente del Ejecutivo alemán (2005-2021), Angela Merkel no se opuso mucho a Putin ni impidió la dependencia energética, pero sí evitó la entrada de Ucrania en la OTAN. En abril, Melnyk la responsabilizó por la actual situación: «Nadie mejor que ella sabía lo tensa que estaba la relación entre Rusia y Ucrania y que Putin no quería ningún entendimiento, sino el aniquilamiento de mi patria». No obstante, la canciller no operaba en el vacío, sino teniendo en cuenta intereses políticos y económicos.

El primer gasoducto entre la Unión Soviética y Alemania Occidental se construyó en la década de los setenta del siglo pasado y desembocaba en Baviera. En el Estado Libre gobernaba entonces Franz-Josef Strauss, líder de la CSU, encarnación del político conservador con pasado nazi y beligerante anticomunista. Sin embargo, para industrializar su Baviera rural y por el bien de los intereses económicos regionales negoció, incluso, con su enemigo ideológico. El capital no conoce ni religión ni ideología. En los años 80 se reunió también con el líder soviético, Mijail Gorbachov. Cuando este le preguntó si era su primera visita a la URSS, Strauss le respondió: «No, es la segunda, pero en la primera solo llegué hasta Stalingrado». A pesar del desafortunado comentario, los negocios entre Baviera y la posterior Federación Rusa empezaban a florecer.

Otro ministro presidente de Baviera, Edmund Stoiber (CSU), llegó a tutearse con Putin. Por eso, una vez ya retirado de la política, acompañó en 2017 a Moscú al entonces ministro presidente de ese land, Horst Seehofer. Durante el viaje, se mostraron molestos por las sanciones impuestas a Rusia a consecuencia de la ocupación de Crimea (2014). Entonces, el líder del Partido Liberal Demócrata (FDP), Christian Lindner, propuso aceptar la anexión para poder mejorar las relaciones con Rusia. Ese mismo año, el ministro federal de Hacienda, Wolfgang Schäuble (CDU), abogó también por el diálogo con Putin.

Los únicos que en su día se opusieron a la masiva importación de energía fósil –gas y carbón– desde Rusia fueron los Verdes. Lo hicieron por motivos ecologistas y de acuerdo con su ideología. Además tensaron la relación con el Moscú de Putin cerrando filas con sus opositores y el movimiento LGTBIQ+. De ahí resulta la actual «política exterior basada en valores» que representa la actual ministra de Exteriores, Annalena Baerbock. Las circunstancias, y ante todo el apoyo recibido desde Washington y Kiev, le permiten buscar la confrontación política y mediática con Rusia. Baerbock personifica la coherencia, que, a su vez, genera credibilidad. Esta última se refleja en una subida de los Verdes en los sondeos de intención de voto, en los que la CDU se coloca ahora como primera fuerza política, mientras el SPD baja al segundo puesto, seguido muy de cerca por los ecologistas.

Ya en 1999 y 2001, con la intervención alemana en las guerras de Yugoslavia y de Afganistán, los Verdes dijeron adiós a su pacifismo. Hoy en día se declaran «nuclear pacifistas», es decir rechazan armas nucleares, pero no las convencionales que se suministran a Ucrania. Los Verdes podrán mantener esta posición proucraniana mientras las sanciones impuestas a Rusia no reboten de forma negativa en Alemania. Por el momento, el país solo tiene que lidiar con una inflación del 7% y cierta escasez de aceites de girasol y de colza.

Un agravamiento de la crisis es esperado como agua de mayo por la misantrópica Alternativa para Alemania (AfD), fiel seguidora de Putin, siempre que se muestre autoritario y panruso. En estos momentos, la AfD clama por la paz con Rusia, desbancando al partido Die Linke (al Izquierda) que ahora se encuentra sumergido en una crisis existencial. Sus protestas se mezclan con las de los negacionistas del covid-19, que en más de una ocasión se han unido para reventar actos electorales de los Verdes en Renania del Norte Westfalia.

A la sombra de los grandes, el sectario partido neonazi del III. Weg (tercer camino) hace gala de su colaboración logística y militar con el Batallón Azov. No sería la primera vez que las armas entregadas a los enemigos de los rusos vuelven a su lugar de origen para cometer atentados en Occidente.