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AZKEN PUNTUA

Dos, tres, muchos Columbines


La identidad norteamericana está vinculada a la guerra. La guerra está omnipresente, al igual que el imaginario de la conquista y el mito de la victoria. Los niños juegan a la guerra, quieren un rifle M16 tatuado en el antebrazo y fantasean con correrse con un Ruger M-14 de calibre 223 entre las piernas.

Una cuarta parte de la población –hombres, mayoritariamente– posee los casi 300 millones de armas en circulación. En Estados Unidos, las mujeres tienen 16 veces más de riesgo de ser asesinadas por una bala que en cualquier otro país desarrollado. El 80% de suicidios son con un arma de fuego.

Si un adolescente mata a niñas y niños (sus pares en la escuela, estructura de socialización por excelencia), sin un motivo personal o resentimiento, sin motivaciones ideológicas, estamos en una situación social anómica. Si el gasto militar de este año es un 5,6% más que el anterior, y en los medios se vanaglorian de suministrar 40 mil millones de armas a Ucrania, pacificar es un engaño.

No lejos de Uvalde, ocultándose en el lenguaje, la convención anual de la National Rifle Association, principal lobby de armas americano, sigue defendiendo el derecho a portar, exhibir y usar armas consagrado en la segunda enmienda. Nuevamente se ratifica la sujeción a la cultura de la violencia. Obediencia debida. Ciega sumisión.