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ELECCIONES EN FILIPINAS

El retorno del clan de los Marcos al palacio presidencial de Malacañán

Ferdinand ‘Bongbong’ Marcos Jr. regresa como presidente al palacio de Malacañán, donde residió parte de su infancia y juventud, desquitándose de una generación que destronó a su padre del poder y echó a su familia del país.


La proclamación oficial del hijo del dictador Ferdinand Marcos, «Bongbong», como nuevo presidente de Filipinas en una sesión conjunta de Congreso y el Senado junto con la hija del presidente saliente, Sara Duterte, la pasada semana, ha dejado a la oposición progresista en la posición más incómoda desde la restauración de la democracia en esta antigua colonia española.

En compañía de su madre Imelda –a quien le encontraron más de 3.000 pares de zapatos en sus armarios durante la revolución democrática–, su mujer y familiares, las manos de Marcos Jr. fueron elevadas por los presidentes de las cámaras en un salón plenario adornado con una enorme bandera filipina y ante un aplauso unánime.

Mientras esto sucedía, la policía antidisturbios impedía una marcha opositora dejando heridos al menos a 14 manifestantes. Era un último y desesperado intento de impedir el acceso al poder del hijo de Marcos después de que horas antes la comisión electoral del país desestimara una petición al Supremo que pedía declarar la inelegibilidad de Marcos por su pasado y por sus problemas fiscales.

El presidente electo, exgobernador, congresista y senador de 64 años, se ha negado en todo momento a reconocer o disculparse por las violaciones masivas de derechos humanos y del saqueo bajo la dictadura de su padre y ha defendido su legado.

Una vez expire el mandato del presidente saliente Rodrigo Duterte el 30 de junio, el nuevo patriarca de la familia Marcos, de 64 años, será proclamado 17º presidente filipino, el primero en la historia que no contó con el apoyo explícito del anterior mandatario y, pese a ello, logró más del 50% de los votos emitidos. De hecho, Duterte llegó a despreciar a Marcos a finales del año pasado asegurando que el hijo del dictador «es un niño mimado… Es un líder débil y los problemas con su pasado pueden afectar a su gestión».

Si nada extraordinario sucede, Marcos presidirá el país durante los próximos seis años y deberá hacer frente al reto de gestionar la era post-Duterte en unas islas donde la pandemia ha afectado de forma muy importante a la población. Y a pesar de las grandes inversiones en obras en lo que la propaganda gubernamental calificó de «la edad de oro de la construcción de infraestructuras en Filipinas», el país tiene aún importantes déficits en este ámbito así como un nuevo frente: la inminente crisis alimentaria, incrementada por los recientes tifones que han azotado el país en los últimos meses.

En un informe de un grupo de expertos del think tank FocusEconomics, con sede en Barcelona, se advierte que en el ámbito económico ‘Bongbong’ Marcos adolece de falta de claridad. Según este grupo de expertos, en materia económica no hay una línea de compromisos clara y critican que en su historial como mandatario «casi el 70% de las leyes que aplicó en el Senado estaban relacionadas con festivales y días festivos, renombrando carreteras y redibujando las fronteras de provincias y ciudades». Para el think tank, «esto podría indicar que el potencial de un gobierno Marcos podría alimentar la incertidumbre de los inversores, algo que frenaría la inversión privada».

Pero uno de los aspectos más controvertidos que Marcos Jr. ya ha zanjado ha sido su continuidad de la guerra contra las drogas iniciada en 2016 por Duterte y en la que miles de traficantes y consumidores han sido ejecutados sin ningún tipo de proceso judicial. Precisamente Duterte enfrenta una denuncia ante la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad en relación con estos asesinatos en el marco de esta sangrienta guerra, pero Marcos ya ha anunciado que no colaborará con la Corte. ‘Bongbong’ quiere dar un nuevo enfoque a esta guerra centrándose en campañas de prevención, rehabilitación y educación, dirigidas especialmente a los jóvenes, y que tratará a los drogadictos como «pacientes que necesitan una cura» y no como «criminales».

Del mismo modo, al igual que hizo su predecesor, el hijo del dictador no parece querer salir del Acuerdo sobre Fuerzas Visitantes, que facilita el despliegue de tropas estadounidenses en Filipinas, ni del Tratado de Defensa Mutua que obliga a ambos países a socorrerse en caso de ser atacados por un tercero.

Sus críticas a Rusia por el conflicto en Ucrania exigiendo «respeto a la democracia y los derechos humanos» podrían facilitar un reencuentro con la Unión Europea después de que las relaciones quedaran dañadas por las ejecuciones sumarísimas de la guerra contra las drogas de Duterte. Tampoco parece que cambiará la política conciliadora con China y profundizará sus privilegiados vínculos económicos con el gigante asiático a la vez que no dudará en mantener la relación privilegiada con EEUU en lo militar.

Aunque el presidente electo no ha sido precisamente muy conciso con su programa presidencial, lo que es seguro es que el próximo julio regresará al palacio de Malacañán donde residió parte de su infancia y toda su juventud desquitándose de toda una generación que destronó a su padre del poder, echó a su familia del país y ha hecho todo lo posible por evitar su presidencia.