GARA Euskal Herriko egunkaria

Brexit a la Justicia europea, y universal


Acorralado por una rebelión interna, el primer ministro, Boris Johnson, ha optado por una huida hacia adelante en la que está dispuesto a todo con tal de mantener su liderazgo. Acosado, de un lado, por el sector liberal y menos euroescéptico -que recuerda su traición a Theresa May y aspira a una relación homologada con sus vecinos- y, por otro, por la facción brexiter -que quiere romper con todo en nombre de un pananglosajonismo nostálgico, excluyente y xenófobo-, el exalcalde de Londres ha decidido hacer lo que sabe, tensar la cuerda hasta el límite con la esperanza de que no se rompa.

La secuencia es clara. Nada más salir de la sesión parlamentaria interna de confianza que a punto estuvo de convertirle en un cadáver político, Johnson lanzó una propuesta para alterar el pacto de salida de la UE que él mismo terminó en su día de negociar con Bruselas, proponiendo ahora la modificación del Protocolo de Irlanda, que garantiza la no reinstauración de la frontera económica y comercial que partía en dos (norte y sur) la isla.

El proyecto de ley, que pretende acabar con los controles aduaneros en el mar de Irlanda, implica rechazar el papel supervisor del Tribunal de Justicia de la UE.

En definitiva, todo un Brexit judicial.

Pero no era suficiente para satisfacer a los brexiters y el primer ministro anunció la primera deportación de refugiados solicitantes de asilo a Rwanda, una medida vergonzosa e inhumana que copia el modelo que aplica Australia con la isla Nauru.

Tras una catarata de denuncias, desde organizaciones de derechos humanos y la propia iglesia anglicana hasta organismos de la ONU como Acnur, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos suspendía el primer traslado al país africano, no precisamente un campeón en la defensa de los derechos humanos, de un ciudadano de origen iraquí que pidió asilo en Gran Bretaña tras denunciar haber sido torturado en su país.

Desautorizado, Johnson ha decidido saltar por encima de la Corte internacional y, por tanto, de la justicia universal.

Nada nuevo bajo el sol por parte de un político que, sin ser un brexiter -su cultura es profundamente europea y remite a los clásicos-, se montó al carro del euroescepticismo para medrar y llegar al número 10 de Downing Street. De donde no saldrá más que a rastras y tras intentar dinamitar todos los puentes. Pura tragedia homérica.