Amparo LASHERAS
Periodista
AZKEN PUNTUA

Nos gusta la vida, luego pensamos

Cuando somos jóvenes queremos cambiar el mundo y cuando nos hacemos mayores nos damos cuenta de que sólo lo hemos modificado o adecuado a lo que otros querían. En medio, entre esas dos estaciones vitales, se quedan los sueños, las pequeñas y las grandes felicidades, las derrotas, los triunfos de un minuto y los de mucho tiempo; los amores fallidos que pudieron ser grandes y los únicos, aunque no fueran verdaderos; las luchas de un día y las de toda la vida; los errores y los aciertos que dieron sentido a nuestra estrategia y la táctica con la que batallamos para conseguirlos. Y, sobre todo, se quedan las cosas pendientes, las equivocaciones que nunca deseamos cometer y aquellas que esperaron en vano una rectificación; las rebeldías que se dejaron a un lado y las que todavía aguardan para dar el paso definitivo y cambiarlo todo. Se queda y permanece lo que elegimos, lo que hacemos y lo que pensamos a pesar de no tener permiso para hacerlo. Es decir, nos hemos pasado la vida siendo desobedientes y no lo sabíamos. Si Bertrand Russel, filósofo británico, tiene razón, el pensamiento además de «grande, veloz y libre» es también «subversivo y revolucionario». «Este desastre debe evitarse» afirmaron algunos y desde entonces su objetivo es que no pensemos, pero lo hacemos porque nos gusta la vida.