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«El trepa de palacio», viaje a la corte de Fernando VII

Pabellón 6 dio inicio ayer a su nueva temporada con el estreno de un musical bufo que cuenta las andanzas de Antonio Ugarte, quien llegó a ser mano derecha del monarca.

Una escena de la obra «El trepa de palacio», que está en cartel hasta 11 de setiembre.
Una escena de la obra «El trepa de palacio», que está en cartel hasta 11 de setiembre. (PABELLÓN 6)

“El trepa de palacio” cuenta «la historia de ascenso y caída de Antonio Ugarte, un mozo vizcaino que llega a Madrid como chico de los recados, se hace maestro de baile y llega a ser la mano derecha del absolutista Fernando VII».

La dramaturgia, «de farsa esperpéntica», ha sido creada por Braulio Cortés y la dirección corre a cargo de Felipe Loza. Aitor Echarte Merino, Diego Pérez, Leire Ormazabal, Nahikari Rodríguez, Unai Elizalde Zamakona y Yeray Vázquez componen el elenco.

La obra viaja a la época de Fernando VII, una etapa de «corrupción y desenfreno» en la que «favoritos del Rey, amigos y allegados, manijeros profesionales, pelotas escandalosos, arribistas sin escrúpulos, todos pintaban algo en aquella corte despampanante».

Entre ellos, han comentado desde Pabellón 6, el bailarín Antonio Ugarte «supo bailar el agua al monarca absoluto, nadie como aquel vizcaino locuaz y vivaracho puede ostentar con más derecho el título indecoroso de Trepa de Palacio». El montaje ofrece «situaciones reales de corrupción que tuvieron lugar hace 200 años pero que, salvando las distancias de ropajes decimonónicos y terminología en desuso, parecen ahora tan grotescos y esperpénticos como los vividos en este país en el siglo XXI, y que siguen siendo materia fundamental de nuestros modernos telediarios».

Se trata de una propuesta coral, libre de artificios escénicos, en la que la base es «el trabajo de actor, puro y duro, para divertir al público con bufonadas, canciones y bailes» y también con momentos para la reflexión y «para comprender el origen del fracaso político y social» del Estado español y «reírse de ello». Teniendo en cuenta la época, principios del siglo XIX, se han inspirado en Goya para el vestuario.

Braulio Cortés encontró a Ugarte por vez primera en una novela de Galdós, donde aparecía bailando. «El libro estaba plagado de corruptos y sinvergüenzas, pero este tenía algo especial. Indagando más sobre Ugarte, entre contradicciones y papeles quemados, aparece un personaje encantador, un político absolutamente inepto con una inusitada confianza en sí mismo y sin remilgos para gobernar, un patriota excesivo que hasta sus últimos días no dejó de ser fiel a Dios, a Fernando y al dinero», cuenta. A la hora de llevar a escena todos aquellos ingredientes Cortés se decantó por el musical. «Un musical golfo, bufo, ¡un cachondeo! Una mirada carnavalesca, satírica, grotesca. ¿Cómo retratar si no una corte en la que reina el amiguismo, que pone marcha atrás al país varios siglos y que profiere soflamas patrióticas al tiempo que dilapida sin compasión la vaca flacucha de las arcas públicas? Algo golfo, muy golfo», explica.

«El reto era dejar de contar. Renunciar a citar todas las barrabasadas de esa camarilla de adoradores y buscar el tono, el color, la música que debía acompañar la obra. Buscar la perspectiva, una perspectiva basada en lo popular. Al final es buscar dejar un buen material para que luego director e intérpretes (el teatro es de los actores) puedan sacar provecho como han hecho en la puesta en escena. No es un retrato, es un garabato. No es una obra histórica, los hechos nos sirven de estructura en nuestra carpa de despropósitos. No es un bio-pic, no tengo muy claro qué es eso. Es un juego de luces en la oscuridad, un disparate como un siglo de grande», agrega.

El autor incide en que «cualquier paralelismo con la actualidad es pura casualidad. Una casualidad que no pretendemos ocultar. Pero que quede claro que la historia no se repite. Eso nos dejaría indefensos, sin manos, sin voz. La historia se cocina siempre de nuevo, aunque con ingredientes similares. Los que siempre se repiten son los mezquinos Ugartes».

Loza define a Ugarte como «un luchador por la vida, que para sobrevivir en el contexto viciado de la corte madrileña, acaba siendo utilizado como tonto útil por los arribistas corruptos, y por el propio Rey Fernando, destacando por su inteligencia práctica, su capacidad de adaptación y su falta de escrúpulos, hasta conseguir el favor del monarca».

«Llegó a Madrid con 15 años. Llegaría a ser agente de Indias de los Cinco Gremios Mayores de Madrid, aunque es más conocido por su papel como agente de los sucesivos embajadores de Rusia, el barón Strogoff y Tatischeff. Fue además secretario privado del monarca», recuerda.