Jesús María GUZMÁN
GAURKOA

Diversidad, inclusión y esperanza

Después de la tormenta, no siempre llega la calma. Buscas resquicios de estabilidad, pero apenas dura unas horas. Gran parte de nuestra vida la pasamos trabajando. Y es por eso que el trabajo puede llegar a ser el verdadero regulador emocional del resto del día. Un motor emocional que puede girar en positivo o en negativo. Y sin duda, cuando sucede lo segundo, bien sea por falta de oportunidades, monotonía, ausencia de carga laboral, cambios constantes en el puesto de trabajo... la vida puede ser una auténtica tortura para quienes poseen una sensibilidad diferente, como es el caso de quien escribe estas líneas; padezco de déficit de atención e hiperactividad (TDAH) siendo adulto. En estos casos, la desmotivación, el aburrimiento, la falta de confianza, hacen que resulta más difícil rendir en condiciones óptimas.

A menudo pienso que nuestras empresas, e incluso las administraciones, no están preparadas para gestionar nuestro tiempo efectivo y nuestros recursos, que los tenemos. Así, optan por soluciones poco acertadas para nuestra ergonomía mental: aislamiento social, trabajos poco valorados... Como si uno no tuviera suficiente con lo que trae de serie y sufre, amén de hacer sufrir a la gente cercana.

Existe una entidad, la Fundación para la Diversidad, constituida por el Instituto Europeo de la misma. Su objetivo es impulsar la inclusión de la gestión de la diversidad y ha publicado un manual para empresas, a fin de que interioricen el valor de la misma. Esto se concreta en poner en marcha soluciones en las empresas para reforzar la inclusión, aprovechando las diferentes habilidades de la plantilla, para autogestionar el talento, retenerlo y atraerlo. Todo ello con el fin de aumentar la competitividad.

Muchas veces tendemos a equivocar, habilidad, talento y capacidad con una titulación universitaria superior. Sin el menor ánimo de menoscabar a quienes optan por la universidad, lo que resultaría un insulto a la inteligencia, solo quiero indicar que hay muchas personas que, por motivos sociales, económicos o, como es mi caso, de falta de un sistema académico adecuado a mi situación, no hemos tenido la oportunidad de acceder a estudios superiores. Y es que el sistema educativo, en mi caso, en lugar de desarrollar mis virtudes se basaba en remarcar y machacar mis defectos o mis problemas cognitivos derivados del TDAH.

En este sentido, las empresas tienen muchas posibilidades de trabajar el talento de sus empleados internamente, para que la empresa se pueda beneficiar y así ganar eficiencia, optimizando recursos. En definitiva, para ser mejor y más competitiva.

La diversidad cognitiva busca abrazar a todo tipo de colectivos, «un proyecto diferencial». Que esa diversidad (la capacidad de cada individuo) aporte valor a la organización. Y cuando hablo del valor del individuo, me refiero a todas las personas que integran la plantilla. Desde abajo hasta arriba en la pirámide organizativa. Meter todo en la coctelera para generar sostenibilidad, rentabilidad y motivaciones positivas. Para que toda esa mezcla haga de ella una enorme suma de brillantez de ideas dispares, encaminadas hacia el mismo objetivo. Un grupo que aglutina diferentes ideas, pensamientos... «hace un entorno más rico».

Como persona «diferente» (dentro de lo que socialmente establece la sociedad como tal), me gustaría ser parte y contribuir. Como ya he comentado antes, «los equipos más diversos, son los más capaces de conseguir mejores resultados».

Como ejemplo más reciente, la pandemia ha demostrado que la diversidad permite afrontar un problema global, teniendo en cuenta diferentes culturas, tipos de gobiernos, formas de gestionar... y que se puede conseguir trabajar conjuntamente.

Me gustaría concretarlo en mi territorio, por su tejido productivo y por la necesidad de estas empresas de dimensionarse y de apostar por la innovación. Gipuzkoa puede ser el escenario más propicio. Involucrar a instituciones como Diputación, Gobierno Vasco, junto asociaciones empresariales como ADEGI y asociaciones como la nuestra, ADAHIgi, asociación sin ánimo de lucro cuyo objetivo es dar a conocer, ayudar, asesorar y formar a personas con TDAH, con el fin de mejorar la calidad de vida de las y los afectados, así como aumentar sus posibilidades de éxito en la vida cotidiana. Solo hace falta atreverse y apostar por la diversidad, teniendo en cuenta el valor de las personas dentro de las organizaciones.

Porque hablamos de personas que pueden estar verdaderamente comprometidas, a pesar de tener ciertas dificultades en algunos campos. Asumiendo la diversidad, se nos puede ayudar y motivar para potenciar e hiperfocalizar en un objetivo definido y en la mejora de ideas. El colectivo se beneficiaría de mis capacidades y de una mejor gestión de mi tiempo: más productividad y actitud altamente positiva. A muchos, como en mi caso, el ser partícipe de la organización nos puede hacer la vida más fácil e incluso ayudar a mejorar como personas (emotividad, actitud...). Yo estoy dispuesto a aceptar el reto y el compromiso, y ojalá que este fuera el primer paso a un sistema de diversidad inclusiva.

Un buen amigo dijo una vez que solamente se vive una vez, «aprovechemos para dar el paso, plantear el reto y seamos escuchados». Yo apuesto por dar el paso y ponernos en marcha para construir una sociedad más comprometida con sus organizaciones y, a su vez, hacerlas más inclusivas socialmente. Un binomio que, insisto, mejoraría la calidad de vida de las personas, las empresas y de la sociedad en general.