Ainara Lertxundi
DONOSTIA
DIÁLOGO SOBRE LAS COMISIONES DE VERDAD A PARTIR DE LA EXPERENCIA DE COLOMBIA

«Masacres, secuestros, minas... ¿Dónde estábamos los colombianos?

«4.000 masacres, más de 50.000 secuestros, el cuerpo de la mujer convertido en un campo de batalla, ocho millones de desplazados... ¿Dónde estábamos?». Es la pregunta que ayer lanzó en el Palacio Miramar el presidente de la Comisión de la Verdad de Colombia, Francisco de Roux, en el curso de verano «El derecho a la verdad como herramienta para la construcción de paz».

El presidente de la Comisión de la Verdad, Francisco de Roux, y Marta Ruiz Naranjo, a la derecha, en el Palacio Miramar.
El presidente de la Comisión de la Verdad, Francisco de Roux, y Marta Ruiz Naranjo, a la derecha, en el Palacio Miramar. (Andoni CANELLADA FOKU)

«La Comisión de la Verdad de Colombia es la creación de muchos; nuestro origen está en el esfuerzo de muchos colombianos y también somos fruto del proceso de paz» entre las FARC-EP y el Gobierno colombiano en La Habana, remarcó ayer su presidente, el jesuita Francisco de Roux, al inicio de su intervención en el curso de verano de la UPV-EHU titulado “El derecho a la verdad como herramienta para la construcción de paz. Diálogo internacional a partir de la experiencia de Colombia”.

«Esclarecimiento, reconocimiento y convivencia en los territorios; ese era nuestro mandato. Uno de los retos fue abrir la Comisión, crear espacios donde no los había. Instalamos 28 casas de la verdad y Carlos -en alusión al comisionado y coordinador del Informe Final, Carlos Martín Beristain- salió por el mundo en busca de la voz de los exiliados. Queríamos trasladar un mensaje de esperanza y reconciliación, pero no una reconciliación entendida en términos católicos. Esa reconciliación será una realidad cuando, por ejemplo, en Soacha, los jóvenes puedan salir sin riesgo a ser secuestrados, cuando a nadie lo vayan a matar, cuando nos veamos en nuestras diferencias...», resaltó.

Para llegar a esa «primera verdad» del conflicto colombiano, primero «tuvimos que ponernos en el dolor de la gente, de las mamás de los falsos positivos, de las familias secuestradas...». De Roux fue muy crítico con la indiferencia generalizada de la sociedad colombiana ante la magnitud del conflicto armado. «4.000 masacres, más 16.000 niños llevados a la guerra -posiblemente 30.000-, más de 50.000 secuestrados, el cuerpo de la mujer convertido en un campo de batalla, diez millones de hectáreas quitadas a los campesinos, ocho millones de desplazados, los campos convertidos en un infierno por minas antipersona... ¿Dónde estábamos los colombianos? ¿Cómo es posible que esto pasara como si no fuera con nosotros? ¿Dónde estaban los presidentes, el Congreso, la Iglesia católica y demás iglesias? ¿Qué humanidad hay en nosotros?».

Uno de los objetivos que se planteó la Comisión desde su concepción fue que el país recoja «su propia identidad y parte de ella es el sufrimiento tan profundo por el cual hemos pasado».

«A Colombia le da pánico mirar la verdad. En esto nos ayudaron mucho los alemanes, que nos dijeron que se demoraron 35 años en mirar lo que habían hecho, porque la patria de Beethoven, de Johann Sebastian Bach... fue también la que mató en hornos crematorios a seis millones de judíos. Nos dijeron que Alemania le tenía pánico a mirar eso y a incorporarlo como parte de su identidad porque les parecía que la reputación de Alemania iba a quedar devastada. Sin embargo, cuando dijeron ‘esto somos los alemanes’, la reputación del país creció», sostuvo De Roux.

Esfuerzo «explicativo»

Otra de las singularidades de la experiencia colombiana es que no es una mera recopilación de memorias. «Teníamos que explicar por qué ha pasado e ir comprendiendo los entramados del conflicto. Ese esfuerzo por explicar nos llevó a hacer diferentes capítulos temáticos y, por supuesto, una síntesis». Entre las recomendaciones de la Comisión, De Roux puso énfasis en dos: «La necesidad de hacer una transformación muy profunda del sistema de seguridad, porque sin eso es muy difícil salir adelante. Esto se lo hemos dicho a los militares de frente. Y la segunda, debemos crear una nueva dimensión ética que valga igual para los indígenas y ciudadanos afros, para los mujeres, hombres, niños, católicos, cristianos, ateos, agnósticos, para la población LGTBI.. que englobe a todos los colombianos porque la dignidad no es de izquierdas o derechas, de militares o guerrilleros... pertenece a todos por igual».

Marta Ruiz Naranjo, una de las comisionadas encargada del capítulo “Narrativa Histórica”, incidió en que el informe presentado el pasado 28 de junio ha llegado «en un momento que nos da una posibilidad enorme de transformar. Estamos en un gran momento de esperanza después de tantos, tantos, tantos momentos de desesperanza. Esta comisión dialoga bastante con el acuerdo de paz, pero también con la Constitución del 91, lo que supone una triada maravillosa».

Para Jean Paul Lederach, docente especialista en consolidación de paz de la Universidad de Notre Dame y director de Peace Accords Matrix, del Instituto Kroc, con amplia trayectoria en experiencias de conciliación ahondó en los «tres puentes» que él considera debe tener una comisión de la verdad: capacidad de reconocimiento, carácter transformativo y sostenimiento en el tiempo de los cambios que posibilitan «pasar de un sistema de polarización reactivo a uno propositivo».

«El gran impacto de la Comisión de la Verdad de Colombia con respecto a otras es su capacidad de inclinar el oído de corazón, de rehumanizar lo que había sido completamente deshumanizado. Otra gran diferencia son los encuentros y esfuerzos de convivencia que ha propiciado esta Comisión, la integración entre verdad y reconocimiento», concluyó.