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GUERRA EN UCRANIA

La muerte de la reina y la agonía del zar

El avance de las fuerzas ucranianas y el «reagrupamiento estratégico» de las rusas se ha producido cuando los focos estaban centrados en la muerte de Isabel II y parece una jugada maestra de los estrategas ucranianos y sus asesores de la OTAN. La guerra empieza a recordar a la de Afganistán de los años 80 y parece que Vladimir Putin se juega su cabeza en el cenagal ucraniano.

(Vladimir SMIRNOV TASS HOST PHOTO AGENCY AFP)

Ocurría justo cuando miles de telediarios se abrían en Windsor, como si el mundo hubiera dejado de girar para honrar las exequias de la madre y la coronación del hijo. El apagón mediático en prensa y televisión era tal que uno realmente dudaba de si las noticias en redes podían ser ciertas. ¿Era posible que el Ejército ucraniano estuviera paseándose al este de Jarkov? Los vídeos no engañaban: aquí la soldadesca de ribetes azules bajo la señal en Izyum; allá, solemne izada de bandera bicolor en Balakliya; más allá, Denis Pushilin, el líder de la República Popular de Donetsk, haciendo declaraciones desde un coche en marcha: «Hay problemas en Lyman y el norte de nuestra frontera, pero ahora no puedo dar todos los detalles para evitar males mayores», decía, pocas horas antes de que renunciara presuntamente a su cargo.

Las colas para abandonar la república de facto hacia la frontera rusa también daban una idea de lo que pasaba, igual que los canales rusos de Telegram: el «reagrupamiento estratégico» del que hablaba Moscú no era sino un eufemismo para evitar «colapso».

Se apunta a una jugada maestra de los estrategas militares ucranianos (y suponemos que de sus asesores de la OTAN). En junio, el anuncio de Kiev de una gran ofensiva sobre el distrito de Jerson no habría sido sino una cortina de humo que obligaría al repliegue de tropas rusas desde Jarkov y Donbass, 20.000 soldados que quedarían atrapados tras volarse los puentes a sus espaldas. Así, las líneas más orientales de Moscú en Ucrania quedaban bajo la protección de una fina capa de adolescentes en tanques que se movían pero no disparaban (o viceversa), unidades de Policía local pobremente armadas y una tropa con la moral casi tan baja como sus suministros. Entre muchas otras localidades que un soldado ucraniano no había pisado en meses, Que el avance haya sido tan rápido no se debe a la destreza en combate de los ucranianos, sino a que apenas han hallado resistencia.

«Después de lo que hemos visto en las últimas 72 horas,

el colapso de las fuerzas rusas no parece lejano», escribía en Twitter el británico Mike Martin, uno de los analistas militares que ha demostrado mayor agudeza (incluso clarividencia) desde el inicio de la guerra hace seis meses. Una guerra que empieza a recordar a aquella de Afganistán de los 80 en la que, tras una generosa e interesada inversión para armar y equipar a los muyaidines, Washington acabaría apuntándose el tanto de tumbar a la URSS en la Guerra Fría. Hoy los muertos los pone Ucrania y todavía está por ver si Kiev es capaz de ganar esta guerra. De ser así, ¿sería ese también el final de la Federación Rusa tal y como la conocemos? No es una pregunta dislocada cuando pensamos en el Cáucaso Norte, allí donde los anhelos de independencia tras el colapso soviético se ahogaron en sangre. Precisamente, uno de los titulares de ayer lo daba Ramzan Kadirov, el caudillo checheno, al criticar a la cúpula militar rusa tras el desastre para añadir que «es posible que Putin no sea consciente de la situación». Y luego hay periferias como la kazaja: qué pronto nos hemos olvidado de cómo se sofocaron aquellas protestas multitudinarias de enero (apenas unas semanas antes de que los primeros tanques rusos entraran en Ucrania).

De lo que prácticamente nadie duda es de que Putin se juega su propia cabeza en el cenagal ucraniano. Con una disensión interna que empieza a hacerse notar (ya van dos municipios rusos que votan el procesamiento de Putin «por alta traición») y un calendario desfavorable en el que hasta el «General Invierno» puede volverse contra Moscú, la partida en el tablero eurasiático está más abierta que nunca.