Txente REKONDO
UN ESTADO CAÓTICO

Las manos que empujan a Haití a las puertas del infierno

Durante décadas Haití ha estado sumido en una continua inestabilidad y en un caos casi permanente. Las intervenciones imperialistas, más de 30 años de dictadura de los Duvalier, los golpes militares, las puertas giratorias han venido dibujando un panorama desolador: la pobreza y el crimen acompañan a la casi nula esperanza de crecimiento económico en las actuales condiciones.

(Richard PIERRIN | AFP)

Desde el verano, la situación en Haití, el «país más pobre del hemisferio norte», se ha agravado. El magnicidio del Jovenel Moise a manos de mercenarios estadounidenses y colombianos ha abierto la puerta a un vacío político e institucional y provocando el rechazo popular hacia la interinidad «permanente» del actual primer ministro, Ariel Henry, y sus tácticas para dilatar la convocatoria de elecciones.

En las últimas semanas, miles de personas han salido a las calles para exigir la renuncia de Henry, contra el aumento de los precios de los combustibles y del coste de la vida, así como para manifestar su oposición a una nueva intervención extranjera.

Haití ha ido más allá de la caracterización de Estado frágil para convertirse en un estado caótico. Nunca ha experimentado este nivel de caos, ni siquiera durante el terremoto de 2010, que se cobró la vida de más de 200.000 personas.

La maldición de la intervención imperialista extranjera

está en la raíz de esa situación. El imperialismo ha desarrollado unas relaciones de dominación en la historia moderna de Haití, haciendo de éste un país subordinado y desfavorecido.

Desde la independencia a principios del siglo XIX hasta la intervención militar de EEUU en 1915, las fuerzas imperialistas fueron tejiendo una red de dominación: un comercio de intercambio desigual, préstamos con un alto interés, indemnizaciones forzadas… Todo ello para bloquear y condicionar su desarrollo económico, abriendo la puerta a un «capitalismo atrófico y deformado». Esas fuerzas imperialistas y colonialistas también harán uso de las alianzas con algunos sectores locales que se asentarán con varias intervenciones militares.

Desde 1915, se materializará la política de Washington del llamado «control del patio trasero», combinando el modo de producción feudal con un incipiente modo de producción capitalista. Se consolidarán también las relaciones con las clases dominantes locales, a través del diseño de una burocracia estatal y la represión contra los movimientos populares antiimperialistas. El Estado francés y EEUU habían comprendido que la humillación es necesaria para imponer la dominación.

En las últimas décadas, esa dominación imperialista se ha servido de los diferentes Gobiernos, del aparato estatal y de las clases dominantes y oligarcas para hacerse con la explotación de recursos naturales (bauxita), utilizando la «ayuda económica y humanitaria» para bloquear el desarrollo alternativo de Haití y reproducir el actual statu quo.

Estos años se han servido de aparatos religiosos, bandas de narcotraficantes, paramilitares, partidos y ONG para controlar cualquier intento de transformación.

Occidente ha presentado algunas medidas como un avance para el cambio, pero en realidad han sido herramientas del imperialismo y la intervención extranjera. Un ejemplo es el intento de desarrollo de la industria turística, que no es sino la creación parasitaria de un oasis en medio de un infierno desértico para la mayoría de la población.

Se ha mostrado como otro «avance» el inusual desarrollo de los bancos en el país. Sin embargo, a través de éstos se ha controlado el dinero de las tropas extranjeras, de las ONG y de la llamada «ayuda humanitaria», no siendo difícil imaginar en qué bolsillos privados y poderosos ha acabado.

Las fuerzas imperialistas han mostrado una doble cara en sus interacciones, por un lado, compitiendo por un mayor peso y, por otro, cerrando filas a la hora de apoyar a los diferentes Ejecutivos colaboracionistas, hasta que dejan de serles útiles; mientras, ante el mundo, mantienen una «fachada» de democracia y presionan de cara a la galería para que los Gobiernos luchen contra la corrupción.

La violencia y el peso de las bandas armadas

se ha disparado desde la muerte de Moise, llegando a controlar buena parte de la capital, Port-au-Prince, tras una guerra indiscriminada contra otros grupos, las fuerzas policiales y civiles en general. Detrás hay políticos que se valen de ella para atacar a rivales y reprimir a las clases populares. Otros sectores también las usan como excusa para solicitar una nueva intervención militar extranjera.

El poder de estas bandas paramilitares se ha ido forjando en torno a la ausencia de un Ejército (apenas 500 soldados), una Policía débil y en ocasiones con importantes conexiones con esos grupos, y una estructura estatal corrupta, con una producción económica improductiva.

Su principal fuente de ingresos es la extorsión, desde la depredación abierta hasta la gobernanza criminal. Por un lado, el cobro de «pagos de protección» a los negocios locales, puestos de vendedores callejeros y conductores de transporte público, además del secuestro. Por otro, la absorción de servicios públicos, como el suministro eléctrico y de agua a cambio de pagos.

Sirva la advertencia de un activista políticio haitiano: «Hoy en día, la comida no puede seguir siendo un lujo, el agua no puede ser un lujo, la seguridad, la salud, no pueden estar en manos de un pequeño grupo de personas. Si Haití es un paraíso, debe serlo para todxs. Si va a ser un infierno, lo será para todxs».