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CRÍTICA: «EL CUARTO PASAJERO»

Hombre divorciado busca compartir coche


Estaba destinado a rodar tarde o temprano una película de carretera, porque Álex De La Iglesia siempre ha reconocido que su comedia viajera preferida es el clásico de Stanley Kramer “El mundo está loco, loco, loco, loco” (1963). Se trata más bien de una persecución automovilística, porque todos en ella compiten por ser el primero en llegar al lugar donde está enterrado el botín. En “El cuarto pasajero” (2022) no sucede del todo así, pero sí que hay un cargamento de drogas escondido en la parte trasera del coche donde viaja el cuarteto del título, y al final servirá de excusa para la estampida humana con la que al cineasta de Bilbo le gusta concluir sus obras, esta vez a cuenta de un monumental atasco a la entrada de Madrid.

Como comedia de acción su nueva película es la mar de entrenida, y las escenas de riesgo con especialistas resultan espectaculares. Pero sería un craso error quedarse solo con eso, porque en realidad, y de manera muy sorprendente, “El cuarto pasajero” es una comedia romántica. Nunca en su cine había mirado hacia los clásicos protagonizados por Cary Grant, salvo cuando estaba dirigido por Hitchcock, pero es que aquí Alberto San Juan recrea ese lado tan accidentado como enamoradizo que sabía sacar como nadie el de Hollywood. Sí, sí, esto va sobre el amor en mayúsculas, entendido como el emocionante descubrimiento de lo que hay en el interior de las personas. El dueño del Volvo no es el flamante triunfador que anuncia su traje de marca, sino un divorciado que se ve ogligado a compartir el coche para reducir gastos e intimar en lo posible con su acompañante.

Sin embargo, la vida es cruel y en su camino se interponen como ocupantes non gratos del vehículo un guaperas y un tipo tóxico hecho a la medida histriónica de Ernesto Alterio, que se queda con todos.