EDITORIALA

Se ha abierto una ventana de oportunidad y hay que impulsar el escenario negociador

La retirada de tropas por parte de Rusia en Jerson ha vuelto a poner sobre la mesa la necesidad de dar una salida negociada al conflicto entre Rusia y Ucrania. Ese escenario se consolida como la mejor opción y este como el mejor momento para iniciar el diálogo. El jefe del Estado Mayor Conjunto de EEUU, Mark Milley, lo resumía así: «Debe haber un reconocimiento mutuo de que la victoria militar probablemente no se pueda lograr a través de medios militares y, por lo tanto, es necesario recurrir a otros medios».

En clave táctica, el mando militar preveía que, si las líneas de los frentes se estabilizan en el invierno, esa opción ganará peso. «Si hay una oportunidad de negociar y lograr la paz, hay que aprovecharla», sentenciaba Milley, en un mensaje que está tanto o más dirigido a sus aliados que a sus adversarios. Como actor que es, Volodymyr Zelensky ha sido capaz de narrar con convicción el relato de la resistencia, pero no parece el líder que pueda recaracterizar la estrategia ucraniana para la mesa de negociación. Sus valedores deben hacérselo entender. Seguir dándole armas a demanda y sin condiciones puede distorsionar el mensaje que se está trasladando.

Más allá del plano militar, en clave política, el invierno es un periodo demasiado largo. No se debería asumir ni un día más el coste que tiene para las poblaciones el alargamiento de la guerra. En primer lugar, para la población que sufre los ataques.

Las consecuencias de esta guerra, no obstante, van mucho más allá de Rusia y Ucrania. Las capas más pobres de varios países africanos sufren la falta de abastecimiento de alimentos básicos que se exportaban de Rusia y Ucrania, que ahora tienen unos precios inasumibles. Las clases empobrecidas de las sociedades europeas tienen difícil calcular cómo va a afectar en sus economías domésticas el precio de la energía, de los combustibles, de los alimentos y, en muchos casos, el aumento de sus hipotecas y alquileres.

Por eso, la exigencia de que se paralice la guerra y se inicien las negociaciones debe formar parte de la agenda política. Ayer mismo, en la masiva manifestación de Bilbo, EH Bildu llevaba esta como una de sus principales demandas.

Un nuevo consenso en favor de la negociación

La estabilidad lograda por la Administración Biden en las elecciones de medio mandato son otro elemento positivo de cara a abrir ese escenario negociador. La reacción contra el trumpismo y la defensa del derecho al aborto son los elementos principales sobre los que se ha construido el muro de contención demócrata frente a la fallida «ola roja». De haberse confirmado los pronósticos, Joe Biden hubiese tenido menos margen de maniobra. La inflación no ha tenido el peso esperado en los votantes, y la guerra en Ucrania apuntala la gestión de Biden que, por lo demás, aparece agotado y desnortado.

Con todo, EEUU es el único beneficiario neto de la contienda bélica en Ucrania. Con una inversión militar ridícula para lo que suelen ser sus operaciones imperialistas y sin coste humano para ellos, EEUU se beneficia comercialmente del caos generado con la invasión de Ucrania. Para colmo, se refuerza y expande el atlantismo, castiga geopolíticamente a Rusia y frena a China. Haciendo poco o nada, Biden ha logrado encadenar varias victorias y contener la decadencia imperial de EEUU. Aun así, azuzar la inestabilidad no es una política inteligente a medio plazo.

En el contexto de la Cumbre del G20, Biden se reunirá mañana con Xi Jinping en Bali. Seguro que Ucrania estará en la agenda. Putin no asiste a la Cumbre y el representante ruso será el canciller, Sergei Lavrov. Este es el escenario donde la escuela diplomática rusa puede recomponerse y establecer las bases de una hoja de ruta hacia la paz.