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CRÍTICA «NOCHE DE PAZ»

Mucho carbón y mucho turrón del duro


La gente mala también celebra la Navidad, eso es un hecho, porque nadie se va a transformar por arte de magia durante unas fechas festivas señaladas en el calendario en rojo. Así que Santa Claus, como mito navideño que es, tiene la obligación de repartir regalos a quienes están en su lista negra del mal, aunque se trate de carbón y de turrón del duro. Y vaya si reparte cera este mensajero nórdico en su visita a los Estados Unidos del capitalismo salvaje, convertido para la ocasión en una especie de guerrero vikingo, un dios Thor que hasta encuentra su propio martillo para aplastar cabezas. Adoro el humor escandinavo, y más todavía el del noruego Tommy Wirkola, que se monta para su descacharrante y sicotrónica incursión en Hollywood un espectáculo granguiñolesco lleno de disparates, bestiadas y agravios a la sociedad de consumo, en lo que es el monumento total a la incorrección política.

Lo más gracioso es que esta producción toma como pretexto argumental el subgénero de “home invasion” en su versión más prototípica, pero pasándolo por el filtro del humor doméstico del clásico de John Hughes “Solo en casa” (1990). El saldo moral que arroja la situación de secuestro familiar resulta ser más negativo que el autoral de Haneke, porque aquí las víctimas son peores que los verdugos, y nadie se salva excepto la única menor. Es la que cree en el espíritu navideño de verdad, y tiene la inmensa suerte de haber visto la película protagonizada por Macaulay Culkin, para poder imitar sus trampas caseras contra invasores. No faltan las persecuciones en trineo sobre la nieve tan de Wirkola, de las que ya disfrutamos en “Zombis nazis” (2009) y su secuela. Pero lo que distingue a “Violent Nigh” (2022) es el antológico duelo central entre David Harbour y un John Leguizamo, que se pide el alias de Mister Scrooge.