El eslabón perdido
El historiador J. Fontana decía que deberíamos «revisar la historia como un relato de progreso continuado para percatarnos de que estamos en un periodo de regresión». Se refería al contexto social y económico, pero pienso que también se puede aplicar a las relaciones humanas. Las redes sociales, exponente a veces engañoso de la idea de progreso, han convertido valores tan importantes como la amistad o el afecto en un protocolo de mensajes, saludos y dibujos infantiles que nada tienen que ver con el placer de hablar y compartir o con la espontaneidad de un abrazo mientras preguntas ¿cómo te va la vida? Nos están obligando a perder el interés por la emoción de las palabras, de las miradas calladas en el curso de una conversación; por las voces que reconoceremos siempre y por las risas alrededor de una mesa e, incluso, por aquellas discusiones en las que, sin darnos cuenta, ejercitamos nuestro derecho a opinar. Se ha sustituido el compromiso de la solidaridad abierta que conlleva la amistad («solidaridad horizontal» que decía E. Galeano), por la comodidad de un wasap, de vivir al margen, sin la responsabilidad que implica querer o ser amiga de alguien. Una regresión en el modo de relacionarse y, también, el eslabón perdido de la cadena individualista que nos ata a la voluntad del sistema.