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EDITORIALA

Sin dramatismo, que las decisiones tomadas supongan un avance para el cooperativismo


Vista desde afuera pero desde la cercanía, la ruptura de Ulma y Orona con Mondragon provoca un cierto abatimiento. No es que no se respete la decisión de los socios y socias, ni siquiera que se tenga claro que la alternativa fuese mejor. Simplemente, desde un punto de vista de país y de izquierda, se ha vendido y comprado que más y mayor siempre era mejor, y que la unidad siempre favorecía los proyectos. Puede que no sea así, pero cambiar de esquemas no es fácil.

En todo caso, no conviene caer en el dramatismo. El capital humano del cooperativismo vasco seguirá produciendo y conviviendo entre la normalidad y los sustos, es decir, como siempre. Y si bien no ha sido del todo ejemplar -quizás las rupturas solo pueden ser civilizadas hasta un punto-, el proceso democrático de las cooperativas vascas es envidiable. Si todas las estructuras sociales tuviesen mecanismos tan claros de participación, se evitarían muchos conflictos.

Explicaciones insatisfactorias y un deseo

Algunos sitúan estas votaciones en la tendencia al individualismo de los y las trabajadoras. Otros les responden que el ensimismamiento de algunos directivos no es menor. Son tendencias generales de las que nadie está al margen.

La obsesión por el control de todas las estructuras de poder del país por parte del partido dirigente está demostrando ahora sus penurias, en lo público y en lo privado. Hay problemas de mediocridad que generan crisis de credibilidad, las disciplinas se siguen de manera laxa y las llamadas al orden no funcionan ni con chantajes. Las transiciones dan vértigo por el arribismo. El resultado es, paradójicamente, una sensación de falta de control. Llevado a lo ideológico, el conservadurismo religioso que se impone a la política poco tiene que ver con las ideas que José María Arizmendiarrieta aplicó al trabajo y la vida.

Más allá de la cuenta de resultados de empresas concretas, las cuatro áreas del grupo cooperativo sobreviven en la incertidumbre. Las cajas de ahorros han sido las paganas de la crisis financiera y Laboral Kutxa es una rara avis en ese mundo. Eroski ha superado con mucho esfuerzo la crisis de deuda, pero esa tensión coarta a la empresa de distribución. El conocimiento y la educación siempre serán estratégicas, pero los retos demográficos y socioeconómicos que sufre el país son endemoniados. Por último, y esto vale para las empresas que salen y para las que se quedan, la globalización ha mostrado sus límites y la política industrial vasca es errática. Decisiones normativas europeas o estatales pueden convertirte en empresario del año o en un paria.

Anteriores cismas en Mondragon han podido tener un reflejo en estos nuevos, sin duda. Visto el apoyo a la salida en las asambleas y la perplejidad del otro lado, cabe concluir que poco se ha aprendido de esas experiencias. Hay quienes sostienen que la herida de Fagor seguía abierta. Lo cierto es que de esa quiebra se recuerda más el trauma que la hazaña de recolocar a más de mil personas en otras empresas. El cooperativismo vende mucho, pero a menudo no se sabe vender muy bien.

Con el proselitismo de los valores no basta. El marco de referencia en el que se desarrollan esos valores también es relevante. Centrados entre el valle y el mundo, a menudo se pierde de vista Euskal Herria. O se recuerda solo cuando hay problemas. La fortaleza del cooperativismo vasco está en la comunidad política y en la cultura socioeconómica en la que se fundó y se ha desarrollado. Con una perspectiva endógena, innovadora, igualitaria, democrática y solidaria, es aquí donde este proyecto muestra toda su dimensión. Solo cabe desear que las decisiones tomadas ayuden en ese desarrollo.