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EDITORIALA

Cuatro mujeres muertas a manos de cuatro hombres


El rechazo a hechos como el crimen machista ocurrido anteayer en Bilbo es generalizado, al menos en apariencia, pero existe cierta percepción de ellos que puede ir desde la indiferencia hasta en algún caso la desnaturalización de los mismos, consecuencia de la «amenaza» que algunos sectores retrógrados aprecian cernerse sobre sus privilegios. Esa percepción es alentada además desde posiciones políticas que restan importancia, disipan la gravedad del fenómeno y desvían el debate sobre el fondo del problema negando el carácter machista de esa violencia, ante la que en todo caso propugnan soluciones punitivas.

La reciente polémica en torno a la conocida como ley del «solo sí es sí» es una muestra de ello. La campaña política y mediática, a la que se ha sumado parte de la judicatura, se centra en la pena a la que se va a castigar al agresor. Una pena que por sí sola no va a cambiar el imaginario que contempla a hombres y mujeres «cada cual en su sitio», menos aún cuando perduran los estereotipos que dan pábulo a la reproducción de esos comportamientos en las nuevas generaciones. Ese cambio precisa de un sistema de valores según el cual las mujeres tienen el mismo derecho a su integridad y a la libertad que los hombres. Los discursos que cuestionan el feminismo no hacen sino negar esa realidad. El feminismo no es lo contrario al machismo, no propugna supremacía alguna, sino, bien al contrario, la defensa de la igualdad y de todos los derechos para todas las personas. Por eso mismo no se trata de un problema cuya solución atañe solo a las mujeres.

La cruda realidad es que Sara, María Luisa, Mari Carmen y Rebeca eran mujeres y las cuatro han muerto este mes a manos de hombres, y que entre uno y otro crimen se han sucedido muchísimas más agresiones. Y lo importante es, por ejemplo, que una mujer no tenga miedo hasta de denunciar a su agresor, ya que cuando así sucede no hay discusión posible sobre mayor o menor sanción, solo hay impunidad y probabilidad de repetición. Para ello hay que comenzar por una atención integral a la víctima de malos tratos y por la prevención, con especial atención a los sectores más vulnerables.