Koldo LANDALUZE
DONOSTIA

«Momo» cumple 50 años: la importancia de saber escuchar

Hace 50 años, el escritor alemán Michael Ende publicó “Momo”. Un libro que tras su fachada en apariencia infantil y fantástica, cobraron forma cuestiones que en la actualidad tienen plena vigencia en nuestra sociedad: el consumismo salvaje, el tiempo asumido como un grillete existencial y las criaturas grises que dictan los beneficios de la incomunicación.

Escultura de «Momo», en la ciudad de Hanover.
Escultura de «Momo», en la ciudad de Hanover. (Christian SCHD)

Hijo del pintor surrealista Edgar Ende, Michael Ende nació en 1929 en la localidad alemana de Garmisch-Partenkirchen. Durante su infancia, el futuro escritor aprendió a esbozar los siempre caprichosos mapas de la fantasía con la ayuda de los pintores, escritores, escultores y otros exploradores de lo atípico que convivían en la bohemia de Schwabing.

Según relató el propio Ende «ya de pequeño aprendí todas las teorías -también aquellas que hoy en día todavía son revolucionarias- sobre el arte y la literatura y en un entorno familiar de pocos recursos económicos pero que compartía una rica vida interior».

Sus primeros trabajos fueron canciones, monólogos para cabarets político-literarios, sketches y piezas de teatro que nunca vieron alzar un telón. Para paliar el hambre escribió “Jim Botón y Lucas el maquinista” y su continuación, “Jim Botón y los trece salvajes”.

En el 79 publicaría su obra más conocida, “La historia interminable”, pero esta, es otra historia.

Ese misterio llamado tiempo

Tras su apariencia fantástica, “Momo” nos legó un mensaje encerrado en la manecilla de un reloj caprichoso que en todo momento juega con la atemporalidad.

Suponemos que su protagonista es una niña entre ocho y once años. No sabemos quiénes son sus padres y vive entre las ruinas de un anfiteatro romano. Viste un chaquetón que fue pensado para otra persona mucho mayor que ella y por ese motivo, se sirve de un cinturón para no arrastrarlo por el adoquinado que una vez fue pisado por los césares.

Dicha prenda también va a juego con su capacidad para el discernimiento, el cual siempre le recuerda algo que nunca debe ser olvidado, las cosas materiales no son las más importantes.

Para Momo, así se llama la niña, lo más importante se reduce en tener amigos, ganarse nuevos amigos, dedicar su tiempo a la amistad y, sobre todo, a escucharlas.

Resulta curioso el efecto que provoca una conversación con Momo porque cada vez que conversamos con ella, nos marchamos con la impresión de haber sido entendidas.

Por ello, y al igual que el viejo anfiteatro que sigue enraizado en suelo romano, lo que fue escrito por Michael Ende se mantiene inalterable al paso del tiempo y en forma de un cuento muy reivindicable en estos tiempos en los que impera la incomunicación y el pesar que nos produce no ser escuchados, o no serlo con la atención y respeto que le merecemos a Momo.

Al igual que Alicia -aquella otra niña que le preguntó al conejo blanco “¿Cuánto es para siempre?” y este le contestó: “A veces, solo un segundo”-, Momo nos recuerda que «hay calendarios y relojes para medir el tiempo, pero eso significa poco, porque todos sabemos que, a veces, una hora puede parecernos una eternidad, y otra, en cambio, pasa en un instante; depende de lo que hagamos durante esa hora».