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EDITORIALA

Las miserias del TAV, al descubierto en Lezetxiki


Esta pasada semana un grupo de espeleólogos ha mostrado la destrucción que han provocado las obras del TAV en la cueva Lezetxiki de Arrasate. La importancia de este paraje natural trasciende sus características físicas: allí encontró José Miguel de Barandiaran los restos humanos más antiguos de Euskal Herria, el brazo de una mujer de 80.000 años de antigüedad. Hallazgos posteriores confirmaron la importancia arqueológica del yacimiento. A todo ello habría que añadir, además, el valor estético del paisaje natural destrozado por las máquinas.

Tanto la Diputación de Gipuzkoa como posteriormente el consejero de Cultura, Bingen Zupiria, se apresuraron a señalar que la zona protegida no había sufrido ningún daño. Sin embargo, mientras el Departamento de Cultura de Gipuzkoa confirmaba que conocía que la obra de un túnel había afectado a la cueva, Zupiria afirmaba que las imágenes que habían proporcionado los arqueólogos eran la primera noticia que tenían sobre la destrucción provocada por las obras del TAV. Da la impresión que la comunicación entre las instituciones encargadas de velar por el patrimonio cultural de este país no es muy fluida; o tal vez no dieron importancia a lo ocurrido. En cualquier caso, argumentar que la zona protegida no estaba afectada muestra una visión muy estrecha de lo que conforma el patrimonio natural y arqueológico, que prácticamente se reduce a aquello que está protegido por normas legales. Pero incluso en ese caso, con un yacimiento arqueológico importante, no se entiende la ligereza con que se dan por buenos los estudios de impacto medioambiental que presentan las constructoras. Una responsabilidad extensible al Gobierno español, que ha sido el encargado de la construcción de ese tramo. Todo ello corrobora, una vez más, el papel de comparsa de la Administración en las grandes obras.

Las obras del TAV ya han tenido un impacto destructivo extraordinario en Euskal Herria; y por lo que ha trascendido la pasada semana, algunos de esos estragos todavía no se conocen. Ya va siendo hora de enterrar un proyecto terriblemente dañino que, además, carece de cualquier viabilidad.