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EDITORIALA

La crisis ecosocial plantea preguntas que requieren nuevas y emancipadoras respuestas


El Parlamento Europeo ha aprobado esta semana vetar la venta de coches de combustión fósil a partir del año 2035. Es una decisión tan pertinente como ambiciosa, dado que se trata de poco más de una década. Un suspiro. La decisión muestra que los cambios en la matriz energética de la economía europea, incluida la vasca, están tocando a la puerta. Van a llegar, para bien y para mal, y conviene situar el esfuerzo en que este despliegue de nuevas tecnologías sea tan sostenible medioambientalmente como justo socialmente.

El plan aprobado en Bruselas va en la línea adecuada, pero topa con problemas y limitaciones considerables, como se desgrana hoy en estas páginas. En resumen, deja entrever la lógica con la que se encara el problema climático desde los centros de poder a diferentes escalas, incluida la vasca. Se asume la gravedad de la crisis climática y se acepta la necesidad de abandonar los combustibles fósiles, pero ante esta realidad, se plantea una ecuación sencilla: cambiar el petróleo, el carbón y el gas natural por energías renovables. El problema es que las matemáticas reales son más complejas. Aupado por un consumo energético desbocado, el crecimiento económico inherente a la economía de mercado capitalista ha escalado a un nivel de producción y consumo que las energías de origen renovable no pueden sostener. Por lo tanto, tan importante es poner el foco en la innovación tecnológica como en la transformación social necesaria. Pensar que la tecnología sola nos sacará del embrollo es uno de los pensamientos mágicos que nos ha traído hasta el atolladero actual.

Una vida satisfactoria y deseable es posible sin petróleo ni gas natural, por supuesto, pero probablemente no lo sea dentro del actual sistema. El transporte es buen ejemplo de todo esto. Se puede descarbonizar el sector, pero difícilmente se hará sin cambiar el modelo de movilidad. Acortar las cadenas de suministro en todos los sectores, compartir coches, impulsar otros medios para moverse y reforzar el transporte público son medidas básicas.

El futuro del empleo

Los cambios que vienen contienen un enorme potencial de transformación social y política, si se acierta a embridar la transición energética con una visión emancipadora de lo que es una vida plena. Pero trae consigo también retos de una envergadura descomunal. La brocha gorda y las consignas habituales no sirven para hacerles frente.

Uno de los más destacados es el del empleo asalariado. El sector del transporte vuelve a servir de ejemplo. En Volkswagen y Mercedes trabajan más de 10.000 personas; si al final caminamos hacia un parque móvil más reducido, ¿qué va a suceder con muchos de esos empleos? Cualquier agenda transformadora debe tener una respuesta a esta pregunta. Hay poco tiempo y mucho por pensar y, sobre todo, probar, para evitar que la defensa del empleo -legítima y pertinente- acabe convirtiéndose en la excusa perfecta para retrasar medidas climáticas urgentes.

El retardismo no es una opción

En ese retardismo, que no niega la crisis climática pero pospone las decisiones necesarias para hacerle frente, se ha situado sin demasiados miramientos esta semana el PNV, con un discurso que bien podría haber sido escrito por el gabinete de comunicación de alguna empresa afectada. Cabe preguntarse a quién tienen en mente cuando votan en Madrid y Bruselas, o cuando despilfarran millones y millones en un TAV a ninguna parte, en vez de realizar las actuaciones necesarias para ampliar y mejorar un transporte público sostenible de calidad, accesible para toda la ciudadanía. Ese retardismo es un lujo que ni este país ni el planeta pueden permitirse.