Dabid LAZKANOITURBURU
UN AÑO DE INVASIÓN RUSA

Llamadas crecientes al diálogo para detener una carnicería

La propuesta china ha actualizado un debate incipiente pero creciente en torno a una salida negociada a una guerra empantanada y en la que, salvo un inesperado éxito fulgurante de la anunciada ofensiva rusa, o de la prevista contraofensiva ucraniana, apunta a un empate sangriento que convierte los frentes de guerra, sobre todo el del Donbass, en una guerra de posiciones en la que se amontonan diariamente los cadáveres de cientos de soldados ucranianos y rusos, o viceversa.

(IHOR TKACHOV | AFP)

Una suerte de guerra de posiciones de Verdun (Gran Guerra) con fuego artillero que emula a la II Guerra Mundial y que está agotando las reservas de municiones y de obuses, no ya de Ucrania sino de sus aliados occidentales... y de Rusia.

Tal y como quedó patente en el discurso a la nación del inquilino del Kremlin, Vladimir Putin, y como evidencia el marco narrativo del Kremlin (ver edición del viernes) Rusia no parece dispuesta a asumir un escenario negociador real. Hay quien apunta, eso sí, a que, con la actual ofensiva hacia Bajmut (Donetsk) y Kremina (Lugansk), buscaría completar el control del Donbass para finales de marzo de cara a sentarse en una eventual mesa de diálogo y negociar en una posición de fuerza sobre sus posiciones ganadas al sur, en Jerson y Zaporiyia.

Ahí se inscribiría la iniciativa de China que, no se olvide, es un aliado de Rusia y envió esta semana a Moscú al responsable de Exteriores del PCCh, Wang Yi, a presentarla personalmente a Putin y al jefe de la diplomacia rusa, Sergei Lavrov. Otra cosa es que, finalmente, los planes militares rusos se acompasen con la secuencia temporal presuntamente acordada (la solución del cisma entre el Ministerio de Defensa y los mercenarios de Wagner, punta de lanza de la ofensiva en Bajmut, será decisiva).

Pero está claro que Pekín es a día de hoy el único que podría forzar a Rusia a ceder -sinónimo de negociar-.

Tampoco parece que Ucrania esté dispuesta a sentarse en la mesa

. Y no solo porque su exitosa contraofensiva del pasado otoño le demostró que el enemigo ruso era vulnerable. Ni siquiera porque, tras todos los sacrificios en un largo año de resistencia, albergue la sensación de que tiene poco o nada que perder y, por tanto, algo o mucho por ganar.

Tal y como analizábamos ayer, los sectores esencialistas panucranianos y la extrema derecha (Pravy Sektor...), aunque minoritaria en la sociedad, condicionan, cuando no secuestran, el discurso nacional por su protagonismo en la revuelta del Maidan de 2014 y desde que se convirtieron en punta de lanza en la guerra del Donbass. Lo que limita el margen de maniobra de Kiev y del Gobierno del presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, para asumir cesiones y desasirse del discurso antirruso. Huelga recordar que la propia brutalidad de la agresión rusa ha servido para alimentar precisamente ese discurso y para alejar incluso de Moscú a población rusófona del este y sur de Ucrania.

Son los EEUU y, ya en menor medida, Gran Bretaña y la Unión Europea los que pueden forzarle a sentarse sin haber recuperado no ya Crimea y la parte del Donbass que quedó fuera de su control en 2014 sino incluso la totalidad del resto de territorios que Rusia le ha arrebatado en 12 meses de campaña militar.

Pero ni el discurso del inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden, en una gira a Europa del Este que le ha llevado hasta Kiev, ni las proclamas de los hasta ayer más contemporizadores líderes alemán y francés, Olaf Scholz y Emmanuel Macron, apuntan a que estén en clave de arriesgar por la paz.

Todos coinciden en que Rusia no puede ni va a ganar esta guerra

y su estrategia pasa por suministrar suficiente armamento a Ucrania para que no la pierda y para que, en su caso, pueda sentarse no rogando un armisticio a la mesa en una posición de fuerza frente a una Rusia forzada a hacerlo por el insistente compromiso occidental con Kiev.

Ni Washington ni Berlín ni París han hecho suyas las reclamaciones de Kiev en torno a su integridad territorial, que no renuncia ni a Crimea ni al Donbass cuyo control perdió en 2014. Pero coinciden en delegar en los ucranianos la decisión sobre cuándo y con qué exigencias estarían dispuestos a negociar. Mientras tanto, prometen apoyarles «todo el tiempo que sea necesario».

Como ha recordado el influyente filósofo e intelectual Jurgen Habermas

en un reciente artículo en el diario Suddeutsche Zeitung (Negociaciones de Paz ya, editado en varios medios), de esa forma Occidente deja en manos de Kiev esa decisión eludiendo toda responsabilidad geopolítica en un conflicto en el que está implicado, siquiera porque de su sostén depende que Ucrania resista.

Algún día, reflexión del que esto firma, habrá que analizar la ingenuidad y endeblez estratégica respecto a sus protegidos que muestra regularmente Occidente, tan superior tecnológicamente y tan agresivo contra sus rivales. Y no solo en el manido caso de Alemania sino incluso a los propios EEUU. Su gestión de la ocupación de Afganistán es el modelo acabado de un niño grande que no sabe qué hacer con el desastre que ha montado.

Volviendo a Habermas, este reivindica como legítima esa ayuda a Ucrania como víctima de una invasión contraria al derecho internacional y hace suya la tesis de que Ucrania no puede perder.

Lo que critica es que Occidente parece no tener claro el objetivo de su ayuda militar. ¿Que Ucrania no pierda, o que logre la victoria sobre Rusia? ¿Venciendo de una vez por todas, como propone el ministro de Exteriores lituano, el miedo a querer derrotar a Rusia?

Tras recordar que si el objetivo de esa victoria es destronar a Putin, «el derrocamiento de un régimen autoritario solo es creíble y estable» si nace desde dentro, el pensador alemán propone, sobre todo a EEUU, que se involucre desde la moderación en la búsqueda de un desenlace negociable y sostenible «que salve la cara a ambas partes» y en el marco de otorgar garantías de seguridad a Ucrania y a Rusia.

Más concretos, los expertos en relaciones internacionales Tapid Kanninen y Heikki Patomaki, abogaban en un artículo publicado en su edición de enero por ‘Le Monde Diplomatique’ («Propuestas para una salida de la crisis»), por un acuerdo en el que ambas partes deberían ver más beneficios que pérdidas: Ucrania, garantías de que la invasión rusa no se vea recompensada; Rusia debe ver reconocida la legitimidad de algunas de sus reivindicaciones «nada descabelladas en materia de seguridad», entre ellas un nuevo tratado de la OTAN con Rusia que incluya la retirada de misiles nucleares, no solo en Europa sino incluso en Turquía.

Los expertos sugieren que una iniciativa de este tipo podría obligar a Putin a moverse. Estrategia que se conoce en la literatura sobre negociaciones como «altercasting»:

persuadir al otro poniéndolo en una posición distinta, creando así una nueva relación que lo disponga a actuar de conformidad con su nuevo papel».

Sobre el litigio territorial, el catedrático Patomaki y Kanninen, ex alto funcionario de la ONU, recuerdan que no sería la primera vez que esta administra y tutela zonas desmilitarizadas (Timor Oriental) con un despliegue sobre el terreno y un asesoramiento a ambas partes para negociar el estatus de esos territorios, incluido un posible referéndum.

Con todo, proponen que los facilitadores o mediadores para un acuerdo sean países terceros considerados por ambas partes como ajenos al conficto.

Lula y la izquierda

Con el presidente turco, Recep Tayip Erdogan, hasta ahora el único mediador, enterrado políticamente bajo los escombros del terremoto en año electoral, la propuesta de mediación del presidente brasileño, Luiz Inàcio Lula da Silva, apunta como interesante.

Y no solo por ser el principal y mejor valorado, en Occidente y en Oriente, líder de la alejada Sudamérica y por ser miembro junto con Rusia de los BRICS (con India, China y Sudáfrica), sino porque supone la asunción por parte de la izquierda del protagonismo en la búsqueda de la paz.

Propuestas de paz que denuncian sin ambages la invasión rusa, como el emplazamiento de los líderes izquierdistas europeos Jeremy Corbyn y Jean-Luc Mélenchon, y los presidentes colombiano y argentino, Gustavo Petro y Alberto Fernández, atestiguan que el error geoestratégico de Putin ha abierto los ojos a una izquierda que, sin duda, habría reaccionado con mucha mayor comodidad y contundencia si el invasor fuera EEUU.

Ese alejamiento se constata en convocatorias recientes por nuestros lares. Pero aún tiene trabajo pendiente para sacudirse el vértigo acomplejado y la contemporización con sectores, muy asentados en Latinoamérica y el mundo árabe pero también presentes en Europa, que, como la sociedad rusa, no han digerido el fin de la URSS y pasan de rondón por el imperialismo ruso, sin darse cuenta de que, como analizaba Serge Halimi, director de ‘Le Monde Diplomatique’ en noviembre, «una victoria militar de Rusia encumbraría a un nacionalismo ruso y autoritario, aliado de la iglesia ortodoxa y de la extrema derecha».

En un país, Rusia, que, por mucho que esos sectores «cambistas» y nostálgicos de un pasado idealizado,

es «un Estado capitalista dominado por una oligarquía creada gracias al saqueo de las antiguas propiedades del Estado» con la ayuda occidental.

Terminamos en este país, donde hasta sectores liberales como Yabloko, que sin duda verían con buenos ojos una victoria militar ucraniana que acabase con Putin -lo que Halimi no comparte porque supondría un refuerzo de la hegemonía de EEUU-apuestan por una salida negociada.

Grigory Yavlinski, líder de la perseguida formación de más prestigio en Europa -lo que se contrapone con su escaso peso político en Rusia- apuesta bajo el título «Párense», por una mediación occidental para un alto el fuego que, ante la convicción de que Rusia no se detendrá, detenga la escabechina en vidas y preserve el futuro económico de la castigada Ucrania.

Si hasta Yabloko lo dice toca callar. Y actuar.