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CRÍTICA: «IRATI»

Un gran punto de inflexión en el cine vasco


Paul Urkijo no solo se descubre como un cineasta al que no le tiembla el pulso a la hora de rodar el más difícil todavía, sino que, coherente con el material complejo que tenía entre manos, ha sabido dosificarlo y evitar que su ya de por sí apabullante puesta en escena eclipsara la singularidad que da sentido a “Irati”, una historia de amor inusual que se desarrolla en los territorios de la épica y lo fantástico.

Si ya en “Errementari” dejó constancia de su talento para imprimir empaque a una historia que le conmovió en su infancia, el cineasta vasco ha amplificado su discurso e innegable talento como narrador visual dentro de un envoltorio tan fascinante como inédito en nuestra cinematográfia porque, esto habría que remarcarlo, “Irati” constata que es posible hacer otro tipo de cine y además, hacerlo muy bien.

Otra cuestión a destacar es la plena implicación de un reparto que ha entendido a la perfección la intención de su director, y por ello sería injusto destacar únicamente la labor magnífica de su dúo protagonista porque es imposible lograr el efecto que produce la historia compartida por Irati y Eneko sin el trasfondo que aporta el resto del reparto, el cual simboliza el choque frontal entre lo pagano y lo cristiano.

En la gran suma de aciertos que da como resultado esta maravillosa rara avis, tampoco podemos dejar a un lado el riesgo asumido por Urkijo y las productoras que lo han hecho posible y el gran respeto que emana del filme hacia nuestra cultura y mitología.

A título personal, no puedo evitar recordar la emoción que me produjo escuchar el olifante de Roland en Orreaga, una deuda más que Urkijo ha saldado de manera sobresaliente con la historia de la cinematografía vasca.