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KOLABORAZIOA

Historias del exilio


Quiero volver a ver aquella estrella de mar, el puente de madera, la suave ola que penetraba en la arena y mojaba mis pies. Eran mis primeros pasos cuando contemplaba el mar y el desierto, el agua y la arena. La infancia perdida entre las dunas y las olas de mar.

Desde esta lejana tierra sigo añorando la calle donde pasé parte de mi infancia. La casa de mis padres tenía siempre la puerta abierta, igual que las jaimas en el desierto. Yo salía a jugar con mis amigos cerca de la playa, construíamos enormes castillos rodeados de palmeras. Cada uno dibujaba el sol a su manera y llevaba los rayos de luz a su ciudad imaginaria.

No había peligro en aquellas calles anchas. Las paredes blancas eran el abrigo de la ciudad de Dajla. Una ciudad nacida entre la ría y el océano. El viento caliente del Sahara se transformaba en una húmeda brisa al tocar el agua y atravesar el cielo.

En la lejanía queda Dajla y este largo viaje que me lleva de un lugar a otro. En Santiago de Cuba sentí la humedad del Caribe, allí en la estación de tren, en el parque Céspedes. El ritmo de los boleros, de la conga oriental y de las maracas conquista la noche tropical. El tambor del desierto llama en la oscuridad entre hogueras y jaimas. Los recuerdos de un niño, de un joven que va de una tierra a otra en busca de cada huella perdida en la memoria.

Es el sabor de un árbol frondoso de mangos, de dátiles que caen sobre la arena, lo que me hace volver al Caney en busca de aquel olor. Allí en Taurta, antiguo cementerio de la ciudad de Dajla, oré entre lágrimas cuando vi la tumba de mis abuelos.

El Sahara y Cuba, dos lugares entrañables que saltan en mi interior, desde la lejanía, cuando recuerdo los primeros versos que aprendí de José Martí en los que desnuda la Sierra Maestra, describía su paisaje y la vegetación que nace con cada gota agua. El Tiris, región en el sureste del Sahara Occidental, otra tierra donde nació la poesía. Son sus montañas, su paisaje sobrio y blanco, el que inspiró a Chej Mohamed Elmami. Erudito que describió cada grano de arena en sus versos y lloró a cada cumbre que abrazó su sombra a lomos de su dromedario, entre viejos pergaminos de cuero y una tabla de madera.

Allí está la tierra llena de arena y agua, de helechos y ascaf, planta rica en sal que sirve de pasto para el ganado. Santiago de Cuba y Dajla están conmigo cuando me levanto y busco desempolvar los años. Son los primeros pasos de un niño, la sonrisa inocente, la lágrima derramada en el exilio. Hay una herida incurable que perdura en el tiempo. La pérdida de la infancia, un largo viaje que sigue y me acompaña.

Quiero volver a Dajla, a las tumbas de mis abuelos, contar los granos de arena entre las piedras y recordar el nacimiento del sol. Allí en la sombra de una duna, donde sopla el viento húmedo del mar.

Volver a Santiago de Cuba, recorrer otra vez su bahía y perderme en la humedad de la noche. Caminar y caminar hasta alcanzar esa parte de mí que se quedó entre lágrimas y sonrisas.