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Persiguiendo la comunicación alternativa


Hay dos formas posibles de entender el título de este texto. De una parte, la metáfora que puede expresar ese «persiguiendo» como sinónimo de construcción; algo altamente positivo. Sin embargo, aquí hablaremos más de perseguir como criminalizar, acosar y reprimir; evidentemente, algo negativo.

Así, iniciamos este breve texto con una afirmación contundente y, en cierta medida, provocadora: hoy en día el cuarto poder, tal y como en algún momento se llamó a los medios de comunicación, está en su casi totalidad, bajo el control de las élites económicas y políticas. Por ello, esos medios se han convertido en la herramienta ideal para defender los intereses, privilegios y negocios de estos poderes.

Seguro que hay matices y, con mayor seguridad aún, habrá excepciones. Pero, cualquier análisis que podamos hacer sobre prensa escrita, radios, televisiones y redes sociales nos permite visualizar, sin miedo al equívoco, que la hipotética gran diversidad y la amplia pluralidad de estos medios no es tal. La inmensa mayoría hoy se subordinan a unos pocos holdings comunicacionales conservadores que, desde muy pocas y varoniles manos, los controlan.

Así, la realidad y el rol de los denominados medios de comunicación masiva en la mayoría de nuestras sociedades están claramente delimitados. Ellos, junto a las redes sociales, dominan nuestras vidas hasta el punto que, en muchos más momentos de los que creemos, definen no solo lo que leemos, escuchamos o vemos, sino también lo que debemos sentir y pensar. Como queda más claro cada día, no reflejan la opinión pública sino que la crean, recrean y manipulan. Y de esta forma se entiende mejor que, por ejemplo, conozcamos día a día y uno a uno los muertos en la guerra en Ucrania causados por Rusia pero desconozcamos las masacres en Palestina a manos del Estado de Israel; que cualquier mínima protesta en las calles de Caracas sea un levantamiento popular contra la tiranía pero las multitudinarias protestas en las calles de París y otras ciudades francesas sean un pequeño incidente protagonizado por vándalos que solo pretenden asaltar la democracia.

Sin embargo, la comunicación alternativa nos habla de lo que ocurre en las calles de Lima en contra del golpe de Estado, nos relata el caminar de las caravanas de migrantes en Centroamérica o atravesando el Mediterráneo jugándose la vida en unas y otras, nos muestra las inequidades y desigualdades que genera el modelo neoliberal en nuestras mismas calles y en tantos y tantos países olvidados, o nos explica cómo el extractivismo desenfrenado explota la naturaleza y viola los derechos humanos. Analiza y muestra los procesos de privatización de la salud y la educación en las sociedades occidentales, y denuncia las llamadas de nuestras autoridades a la «transición tranquila» cuando nos hablan de la crisis climática sin querer tomar verdaderas medidas que la enfrenten porque eso sería tocar los privilegios y beneficios de las empresas.

Hace precisamente ahora veinte años que la «Declaración de la sociedad civil» en la Cumbre Mundial de la Información decía que los medios de comunicación comunitarios, es decir, medios de comunicación independientes, construidos por organizaciones de la sociedad civil, tienen una función especial que desempeñar a la hora de posibilitar la participación política de todos y todas, en particular de las personas y comunidades más empobrecidas y marginadas. Decía también que los medios de comunicación comunitarios son cruciales para fomentar la información, y promover la expresión de opiniones y el diálogo entre diferentes para resolver los conflictos. Por lo tanto, esa declaración señalaba que sería fundamental la existencia de marcos jurídicos y políticos que protejan y promuevan estos otros medios de comunicación; marcos que, a su vez, garanticen el acceso de los grupos más vulnerables a la información y a la comunicación, lo que fortalecerá el empoderamiento colectivo frente a las élites, solo preocupadas por sus intereses de clase. Pero hoy, veinte años más tarde, la comunicación alternativa, aquella que construyen las organizaciones sociales, campesinas, indígenas, barriales o feministas, bien sea en la vieja Europa o en otros continentes, se ha convertido en muchos puntos del planeta en el adversario del sistema. Por lo tanto, en el enemigo a batir.

La buena noticia es que hay cientos, quizá miles de experiencias comunicacionales que persiguen esos objetivos. La mala, como decíamos al principio, es que por eso mismo, muchas de esas experiencias son criminalizadas, perseguidas, reprimidas: por no querer estar al servicio del sistema, de las élites dominantes. Por contar otras verdades que permitan a nuestras sociedades reflexionar y ser protagonistas de los caminos que estas quieran tomar. No en vano, las y los comunicadores sociales son, junto a los y las defensoras medioambientales, quienes ocupan en el mundo los primeros lugares en las estadísticas de personas criminalizadas y asesinadas. Y, a pesar de esto último, centenares de procesos sociales por la mejora de las condiciones para una vida digna de las grandes mayorías y no solo de las élites, siguen poniendo su esperanza y determinación en la defensa de estos procesos comunicacionales. Los entienden como herramientas estratégicas a su servicio, por ser la voz de los grupos más vulnerables y por buscar constantemente para estos un real acceso a la información y a la comunicación que defienda sus intereses y derechos. Por ello, es urgente la defensa de la comunicación alternativa.