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GUERRA ABIERTA EN SUDÁN

La injerencia internacional en Sudán no es solo, ni sobre todo, occidental

Sudán, como tantos países árabes y africanos, se sumó, de los últimos (2018-2019), a la oleada de levantamientos populares para derrocar a eternos autócratas. No faltó quien volvió a ver detrás la mano de Occidente. Pero para injerencia, la que países no precisamente occidentales mantienen con su apoyo a uno de los dos bandos militares que guerrean abiertamente en el país africano.

(Ashraf SHAZLY | AFP)

Pareciera que Sudán sigue la estela de Sudán del Sur, con dos líderes militares enfrentados por el poder y que alternan períodos de guerra y de negociaciones en una rueda sin fin.

Pero no hablamos de un país recientemente independizado y sin prácticamente estructuras políticas y sociales de articulación como Estado. Lo de Sudán es otra cosa.

El conflicto remite, en origen, al intento militar de impedir que un poder civil asuma el liderazgo del país tras el derrocamiento del autócrata Omar al-Bashir en 2019, tras más de 30 años en el poder.

Fueron los Comités de Resistencia los que organizaron una acampada de meses ante el cuartel general del Ejército, que obligó a que su cúpula sacrificara al eterno presidente.

Las Fuerzas por la Libertad y el Cambio, una amalgama de grupos opositores, se avinieron a compartir el poder con los militares de cara a una transición «ordenada» hasta que fueron apartadas por la asonada militar de 2021.

Algunos vieron en aquella revuelta, como con la «Primavera Árabe», una injerencia de Occidente, igual que con motivo de la independencia de Sudán del Sur. El régimen de Al-Bashir, con su mezcla de isla- mismo que coqueteaba con el yihadismo de Al Qaeda y su panarabismo nominal, fue, en los noventa, marcado como enemigo por parte de EEUU.

PESE A QUE ESTÁN PERDIENDO PESO CLARAMENTE EN ÁFRICA, TANTO EEUU COMO EL ESTADO FRANCÉS

mantienen una presencia, militar y diplomática, aún notable en el Continente Negro. Y Occidente sigue con su política asimétrica de apropiación de recursos africanos heredera del colonialismo.

Es precisamente esa premisa, en la que prima su relación con los regímenes autocráticos y corruptos africanos, la que impide que Occidente avale realmente procesos emancipadores de sus pueblos. Y Sudán no es la excepción.

Toda reivindicación democrática es vista con recelo por quienes, en otros escenarios, se llenan la boca reivindicando esos conceptos (Ucrania...). Y con la reserva de quien sabe que, por acción u omisión, será acusado de injerencista por su pecado original, colonial.

Otros, y no precisamente occidentales, no tienen ni esos complejos ni esos recelos. Tampoco en Sudán.

El país (45,6 millones, mayoritariamente musulmanes), uno de los más empobrecidos del mundo y más amenazados por la emergencia climática, ha sido siempre cotejado por sus recursos, sobre todo el oro y la goma arábiga (primer productor mundial) que se extrae de la acacia y es un componente esencial de la coca cola.

El oro está en manos de la Fuerza de Reacción Rápida (RSF), grupo paramilitar que tiene su origen en las milicias Janjaweed, creadas por el derrocado Al-Bashir y tristemente famosas por el genocidio de Darfur y la salvaje represión de las protestas de 2019. Pero las RSF son bastante más que unas milicias. 100.000 hombres bregados en las guerras de Libia y Yemen, donde fueron contratados por Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí, lo que da pistas sobre sus aliados y explica por qué su rival, el Ejército sudanés, ha optado por los bombardeos y no la lucha cuerpo a cuerpo.

Además de tener en su bastión de Darfur, fronterizo con Libia y el Sahel, almacenes de armamento «bueno y barato», la fuerza de las RSF reside en su control de las minas de oro (Sudán es el tercer productor africano). Los Emiratos son su primer importador y fuentes estadounidenses aseguran que el grupo de mercenarios rusos Wagner participa en ese negocio, mayormente ilegal. La mano de Moscú.

Rusia era el único suministrador de armas de Al-Bashir, sometido a duras sanciones desde 1993 por EEUU, que llegó a bombardear objetivos en el país bajo la Presidencia de Bill Clinton. A cambio, el régimen prometió ceder una base militar a Rusia. Tras la asonada militar que en 2021 acabó con la transición iniciada tras el derrocamiento de Al-Bashir, el jefe de los paramilitares de las RSF, Mohammed Hamdane Dagalo “Hemedti”, exigió cumplir la promesa al general Abdel Fattah al-Burhan, el jefe del Ejército que le había nombrado «número dos» de la Junta golpista y con el que lucha ahora por el poder.

Hemedti otorgó la exención del 30% de tasas por explotación extranjera del oro a la sociedad pantalla de Wagner, Meroe Gold. Estaba en Moscú en vísperas del inicio de la invasión rusa de Ucrania.

Rusia y Emiratos no han puesto todas las manzanas en una sola cesta sudanesa. Cotejan en paralelo al Ejército regular y no le harían ascos a que Sudán se hundiera en una guerra. Así no tendrían que lidiar con un poder estructurado. Más y mejor negocio.

TAMPOCO ES QUE EL EJÉRCITO DE AL-BURHAN SEA UNA «HERMANITA DE LA CARIDAD»

. Controla buena parte de la economía del país, incluido el primer banco sudanés. Y, además de sus buenas relaciones con Israel -de ahí su intento de sumar a Sudán a los Acuerdos de Abraham-, cuenta con el padrinazgo de Egipto (el general pasó por la academia militar de Egipto y es amigo personal del mariscal golpista egipcio, Abdelfattah al-Sissi).

Sudán, el ancestral imperio de Nubia -que dio a Egipto los «faraones negros»-, logró doblemente su independencia de Gran Bretaña y de Egipto en 1956 con la descolonización.

Comparte 1.200 kilómetros de frontera con Egipto (alberga más pirámides que su vecino), además del Nilo. Entre 3 y 6 millones de emigrantes sudaneses trabajan en Egipto.

El despliegue de soldados egipcios en la isla de Meroe, 220 kilómetros al norte de la capital, Jartum, y Patrimonio Mundial de la Humanidad, fue la gota que colmó el vaso y forzó la movilización de los paramilitares de las RSF.

El Cairo trató de dinamitar las negociaciones para retomar el proceso de transición movilizando a partidarios del antiguo régimen para socavar los diálogos, fomentados por ONU, Unión Africana, EEUU, países europeos, Arabia Saudí y Emiratos.

Asistimos a otra -vieja- guerra africana en la que la injerencia no es exclusiva, ni mucho menos, de Occidente. Y no hemos mencionado a China, el gran y silencioso agente internacional en África, del que es primer socio comercial.