Cacerolas
Como Emmanuel Macron ha puesto a hervir a la sociedad francesa, que ya iba siendo cocinada a fuego lento, la gente, al paso de su presidente, ha comenzado a sacar a la calle sus utensilios de cocina a modo de instrumentos musicales cuya melodía al parecer no es de aprecio para el máximo mandatario francés. «No será con cacerolas como haremos avanzar a Francia» insiste un Macron al que uno de sus prefectos ha intentado defender prohibiendo todos los «dispositivos sonoros portátiles». Por su parte, su ministro de Economía ha mostrado su incapacidad para hablar con cacerolas, aunque sin ellas parece que tampoco es capaz de dialogar con unos sindicatos que insisten en que el primero de mayo no se celebra la fiesta del trabajo sino la lucha por unos derechos laborales que menguan a medida que se suceden los presidentes como este que, al tiempo que activa la ley antiterrorista para prohibir las caceroladas, afirma preferir escuchar a la «Francia silenciosa». Y si las risas no superar el ruido de los cucharones golpeando contra los pucheros es porque ya no queda sitio para el humor. En las cazuelas de la mayoría de las familias cada vez se cuentan menos habas, y las que hay son cada vez más duras y más amargas, mientras que las promesas presidenciales se evaporan una tras otra. Cómo no van a arder las calles.