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CRÍTICA: «MARLOWE»

Los Ángeles circunstancial


Las películas de Clausura suelen ser mal recibidas en el SSIFF, bien por el cansancio acumulado de tantos días de festival o bien porque su presencia suele ser un añadido a la programación sin otro interés que el de no distraer demasiado la atención del palmarés. Su función, en el mejor de los casos, es la de entretener al personal durante la obligada sesión de cierre, pero es que “Marlowe” (2022) ni siquiera cumplió con esa premisa. Lo cierto es que da igual si las puntuaciones fueron del aprobado generoso al suspenso de rigor, porque lo malo de la última realización del veterano cineasta irlandés Neil Jordan es que nace ya destinada al olvido, puesto que no va a entrar en ninguna antología del cine negro, ni tampoco será tenida en cuenta entre las adaptaciones cinematográficas del personaje detectivesco de Raymond Chandler a retener o considerar.

Y es que no parte de un material literario genunino, ya que el autor de la novela “La rubia de los ojos negros” (2014) es Benjamin Black, seudónimo utilizado por el escritor John Banville cuando publica novela negra. Fue un encargo de los herederos de Raymond Chandler, quienes le confiaron la continuidad de las historias protagonizadas por Philip Marlowe. Por lo tanto, se trata de contar lo mismo de siempre, pero cambiando la imagen del protagonista, que ahora responde a los rasgos de Liam Neeson, bien distintos de los de Humphrey Bogart, Robert Mitchum, Dick Powell, James Garner o Elliot Gould. Es como si el actor de setenta años necesitara un descanso de sus thrillers de acción violenta, limitándose a resolver apenas un par de escenas a puñetazos.

A cambio recurre a la palabra, pero a los diálogos les falta mordiente, y da la impresión de que el guion no confía demasiado en el factor ambiental dentro de una coproducción bastante limitada, que opta por echar el resto en el diseño del cartel estelar. Son sombras errantes en una película hecha a destiempo.