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HOMENAJE A ANTONIO ÁLVAREZ SOLÍS

Elogio a un periodista que hizo honor a su profesión

En tiempos en los que el periodismo no cotiza al alza, 250 personas se reunieron ayer para despedir a un «periodista de verdad», a un profesional que con su compromiso y su talento se hizo acreedor de la admiración de quienes le rodearon. «Un hombre repleto de vida, de vida con sentido», describió su hija a Antonio Álvarez Solís, maestro y ejemplo.

Las personas que intervinieron en el acto saludan a los asistentes ante el retrato de Antonio Álvarez Solís. (Marisol RAMÍREZ | FOKU)

Rebelde, íntegro, culto, consecuente, elegante, lúcido. Los calificativos utilizados ayer para evocar la figura de Antonio Álvarez Solís dieron en la diana y, sin embargo, apenas lograron abarcar toda la figura de un profesional señero del periodismo comprometido, del que nace con vocación de servicio público y alma de contrapoder frente a quienes hacen ostentación del suyo.

La sede de Ezkerra-Berdeak en Bilbo fue escenario de un homenaje a este periodista de larga trayectoria que falleció en marzo de 2020, en los albores de la pandemia, dejando una estela indeleble, compuesta por más de veinte mil artículos, numerosos libros, conferencias aquí y allá, trabajos en radio y televisión, y también una legión de seguidores. Entre ellos, los lectores y lectoras de GARA, que disfrutaron -y cómo- con sus escritos durante más de una década.

Precisamente, Javier Madrazo, que estaba en casa y ejerció de anfitrión, agradeció públicamente a Iñaki Soto, director de este periódico, que «abriera las puertas a una persona que nadó a contracorriente y que le costó caro». Y recordó, por ejemplo, que el homenajeado tuvo que dejar de intervenir en los programas de EiTB al no ser «santo de la devoción» de la nueva dirección del ente. Era 2009 y Patxi López ocupaba Ajuria Enea.

Madrazo y Soto tomaron la palabra en un acto emotivo, conducido magistralmente por el periodista Julio Flor y en el que además de allegados de Álvarez Solís, también intervinieron personas conocidas del ámbito de la política y la cultura de este país, como Juan José Ibarretxe, Arnaldo Otegi, Bernardo Atxaga y Laura Mintegi.

Con gran atención les escucharon las 250 personas que abarrotaron el salón de actos para dar la despedida que el covid impidió a ese «comunista libertario y cristiano» que era tan querido en esta tierra.

«Cada visita a Euskal Herria representaba para él una bocanada de aire fresco», expuso gráficamente Madrazo, que no ahorró elogios para alguien al que «se echa mucho en falta».

Las palabras del exconsejero estuvieron llenas de ternura, un sentimiento por el que Álvarez Solís sentía devoción, según dijo Ibarretxe, quien explicó que fue justo eso lo que les unió «en la medida en que nos sacudieron de lo lindo en nuestras carreras». El lehendakari, que contó un par de anécdotas a modo de ejemplo, expuso que «formábamos parte de ese grupo mayoritario de la sociedad, que es el de los desheredados por los poderes».

De confrontar con los poderes y sufrir sus zarpazos sabe bastante Arnaldo Otegi, quien explicó que conoció a Antonio en la época de Lizarra Garazi, durante una comida en la que, rememoró, el periodista le hizo «un interrogatorio profundo» sobre temas económicos y sobre las características que debería tener la república vasca. «Tenía un porte aristocrático y un enorme bagaje cultural; un saber casi renacentista y gran capacidad para tender puentes y no abrir trincheras», describió el coordinador general de EH Bildu a una persona que situó, como José Bergamín y Alfonso Sastre, en ese grupo de intelectuales que hallaron en Euskal Herria el espacio para hacer lo que en sus tierras de origen no podían.

«Un refugio». Eso es lo que fue para Antonio Álvarez Solís esta tierra, y en concreto este diario, valoró Iñaki Soto, quien añadió que, eso sí, él llenó de luz ese refugio. Reconoció que su distinguido colaborador -«era elegante hasta insultando»- «hacía de GARA un periódico mejor», y como muestra de cuánto se le apreciaba aquí contó que una vez, caminando juntos por la Gran Vía, la gente cruzaba de lado a lado para poder hablar con él. «Como Jomeini en Teherán o Fidel en La Habana», recordó con humor.

Mintegi también recurrió a una metáfora lumínica para recordar a una persona con la que trabó una estrecha relación. «Para nosotros fue un faro», valoró la escritora, quien tuvo un primer contacto con Antonio a raíz de que este le dedicara una carta pública durante la campaña electoral en la que ella se presentaba a lehendakari por EH Bildu.

«Me impresionó su cariño y su respeto», declaró Mintegi, que hizo aflorar sonrisas y risas al contar alguna anécdota.

«Hay mucho que admirar en su obra», resumió Bernardo Atxaga. Una obra en la que también hay incursiones en la poesía, como queda reflejado en el libro “Horas sin tiempo”, que contiene joyas como esta: «No admito la ley elaborada por los cínicos para sí mismos. No admito la palabra moderada de quienes organizan los seísmos. No admito que establezcan las fronteras quienes las quebrantan cada día y encomiendan el hambre a las esperas. No admito la paz de los sepulcros que blanquean con cínicos afanes los asesinos de los modos cultos».

Antonio, un abrazo.