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EDITORIALA

Intrigas y trueques, la parte sucia de la política, empeorada con la obsesión por vetar


Nafarroa es cuestión de Estado, pero eso no implica que quienes la manosean desde Madrid tengan ningún interés en lo que sucede en tierras vascas. Por eso, los cronistas metropolitanos han pasado por alto que para Ione Belarra lo que estaba pasando estas semanas en torno a Sumar y Podemos era una especie de déjà vu. No tanto por las intrigas ni las afrentas, habituales en ese movimiento desde sus inicios, sino porque Belarra sabe lo que supone poner en riesgo una mayoría progresista.

NAFARROA, UN PRECEDENTE CLARIFICADOR

Como si se tratara de un caucus de esos que anticipan lo que pasará en las primarias en EEUU, en el último año de la legislatura del cambio en Nafarroa, Podemos vivió una encarnizada pugna interna que derivó en su implosión y posterior debacle electoral.

Resumiendo mucho, las discrepancias políticas y las rencillas personales derivaron en purgas y expulsiones mutuas, lo que estuvo a punto de tumbar la mesa del Parlamento. Belarra apoyó a Ainhoa Aznarez y a Eduardo Santos, entre otros, frente al colectivo liderado por Laura Pérez. Se impuso el oficialismo, pero su relación con Santos se torció y este es ahora uno de los baluartes navarros de Yolanda Díaz.

Evidentemente, no es hora de entrar a analizar las razones ideológicas de aquella trifulca. El hecho cierto es que hasta ese curso las fuerzas del cambio tenían opciones de reeditar su mandato y que, por esta y otras causas, no pudo ser. Hacer el maula se paga.

En 2019, Podemos perdió cinco de sus siete escaños e Izquierda-Ezkerra uno de dos. En Iruñea, por ejemplo, ese espacio se presentó bajo tres siglas. Podemos sacó 4.113 votos, no logrando ningún concejal; I-E logró 3.657 votos, perdiendo su edil; y Aranzadi-Equo cosechó 867 votos, perdiendo el 90% de sus apoyos y sus tres concejales.

«Dedicar tanto tiempo a los rollos internos de un partido es poco responsable», resumía entonces María Chivite, principal beneficiaria de aquel culebrón.

LA IMPUGNACIÓN AL FEMINISMO NO PUEDE GANAR

La decisión de Pedro Sánchez de convocar elecciones anticipadas tras los nefastos resultados del 28M ha acelerado el acuerdo entre Sumar y Podemos, pero no sin mostrar profundas taras y dejar heridas.

Dentro del despropósito general, una de las cuestiones más hirientes desde un punto de vista político, ideológico y humano es el veto a Irene Montero por parte de Yolanda Díaz y su entorno. Más allá de la opinión que se tenga de la ministra de Igualdad, la cacería misógina y despiadada que ha sufrido por parte de la derecha debería blindarla de algún modo.

Defenestrar a Montero manda una señal de debilidad tremenda. No es leal, no es honesto y no es inteligente. No responde a la izquierda ni al feminismo, y tiene efectos perversos. En general, las políticas basadas en el veto son democráticamente pobres y peligrosas para los derechos de la ciudadanía.

DEL VETO, A DUDAR DE LA LEGITIMIDAD DEMOCRÁTICA

Siempre hay quien desea importar a Euskal Herria las peores tradiciones políticas españolas. El pacto entre PSE y PNV para que, con el apoyo del PP, EH Bildu no gobierne en Gipuzkoa ni en Gasteiz -igual que la obsesión del PSN para que Joseba Asiron no sea alcalde-, supone institucionalizar el veto a una parte de la sociedad vasca y a su voluntad democrática.

Siguiendo la lógica de Joseba Egibar y Eneko Andueza, el PP podrá poner y quitar gobiernos aunque tenga minoría absoluta, pero EH Bildu solo podrá gobernar si logra mayoría absoluta. ¿En base a qué principio es esto así? ¿Hasta cuándo? Poner en duda la legitimidad democrática de Maddalen Iriarte o Rocío Vitero es un error político grave.