Raimundo FITERO
DE REOJO

La decisión ensombrecida

A veces juntar las letras es una función de extraordinario desgaste. Tener que escribir con la cara de Salutregi presidiendo con su proverbial mostacho el esbozo de obituario no es tarea fácil. Desde que conocí la noticia he ido de los demonios más ulcerantes a los ángeles más campechanos, sin olvidarme de una recopilación de datos, momentos que estaban ahí en la memoria de las circunstancias vividas con o junto a Salu. Compañero, compinche y director convertido por el juez prevaricador al servicio de las cloacas aznaristas en una víctima a la que es imposible devolverle ahora todo lo que nos enseñó sobre resistencia.

La decisión de no escribir sobre Salu por prudencia y timidez, ha quedado ensombrecida al revivir, leyendo a todos cuantos lo han recordado, el gran tipo que era, su calidad humana, su capacidad para incluir en los proyectos a todas las tendencias y su amabilidad en el trato desde el respeto. En los últimos tiempos nuestro contacto era a través de una red social, su agudeza se mantenía intacta, nos dábamos «me gusta» y nos escribíamos por los privados. Nunca pensé que debería escribir estas palabras que tanto me cuestan hilvanar porque me ha asaltado un brote de mala conciencia por no haber hecho más por vernos, por demostrarle mi cariño, admiración y solidaridad.

Salu, aquí nos dejas. Aquí estoy, intentando despedirte con algo de retranca, aunque no tengo claro si hablar de fútbol o de política estatal para que, entre alguna cuña paródica, eso sí, procurando que no me ahogue la nostalgia, ni el miedo, ni la abulia. Todo está por hacer. Y vamos a pelear por hacerlo.