Raimundo FITERO
DE REOJO

Signos externos

Hace un tiempo, en plenos planes de expansión económica del franquismo más ortodoxo de confesión diaria y cilicios en algunos ministerios, se hablaba en el No-Do, que se llamaba Telediario en las salas de estar, de signos externos para señalar a quienes tenían dinero. Si se podía comprar un coche descapotable de marca rimbombante y lo lucía por las calles de su pueblo, podía ser un posible rico y, en casos extremos, hasta se le podía reclamar que pagara algún impuesto supletorio. En estos tiempos los signos externos, la exhibición de poderío económico es una obscenidad que se muestra cada día en medios y redes y que no se persigue ni se estigmatiza, sino que se aplaude y se promociona como un objetivo al que todos los demás contribuyentes deben aspirar.

Esa obscenidad se manifiesta de tantas maneras, formas, expresiones y tendencias que es difícil enmarcar en algo muy concreto la sensación de lujo que se refriega con delectación para que el resto se sienta por debajo de eso niveles de consumo que escapa a cualquier circunstancia tangible, que es una sobredosis de poderío y de aberración. Se exhibe el dinero en forma de objetos, inmuebles, automóviles, yates y aviones, llegando a crear hasta secciones propias en los medios de comunicación como autopropaganda, una publicidad de sus miserias revestidas de oropeles, pero que llega a colapsar ideológicamente cualquier vestigio de igualdad, lo que en campaña va muy bien como sustrato de cultivo de las derechas diversas. Si alguien lleva en su muñeca un reloj de medio millón, el tiempo se vuelve pan de estulticia.