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Belloch, el biojeroso biministro


A Teresa Uriarte, la periodista que mejor trataba entre nosotros los asuntos de tribunales, “El Correo Español” le encomendó un reportaje sobre el recién nombrado ministro de las carteras de Justicia e Interior, el primero y único con esos títulos hasta el día de hoy. El director de la Guardia Civil, Luis Roldán, se había fugado con sus dineros y sus secretos, el ministro Antoni Asunción se había visto obligado a dimitir y Felipe González debió pensar que el prestigioso magistrado Juan Alberto Belloch era el hombre indicado para tranquilizar al país y a “El País”. Viajó Teresa Uriarte con ese propósito a Madrid, y escribió luego: «Nada más opuesto a la alfombrada estancia del Palacio de San Bernardino, que el local sin ventanas, alquilado en un bajo de la Alameda Recalde, en Bilbao, en donde a mediados de la década de los 80 Juan Alberto Belloch y su mujer, Maite, gestaron con Luciano Rincón, José Luis Zalbide, Jesús María Eguiluz, Juan Luis Ibarra y otras amigas y amigos, la Asociación Pro-Derechos Humanos de Euskadi. En aquel cuartucho los panfletos se confeccionaban artesanalmente y el suelo aparecía sembrado de pilas de folios y carteles. Allí surgió la acertada frase, referida a la violencia de ETA, Ya no me callo». Nada más y menos que un expreso trotskista, un exdirigente de ETA, un jesuita rector en Deusto y un profesor universitario que sería conocido luego por presidir a los jueces de la Comunidad Autónoma Vasca, en derredor de un magistrado que, junto a dos entregadas colaboradoras, se había hecho conocer por sus dictámenes progresistas.

Teresa Uriarte decía de José Luis Zalbide en ese reportaje que había sido el autor del histórico eslogan «Que se vayan» y alababa su inteligencia, su imaginación, su capacidad de trabajo, para explicar por qué el biministro se lo había llevado de asesor a Madrid. En realidad, el eslogan lo había popularizado en dos libros de Hórdago con ese título Xabier Sánchez Erauskin, pero bien pudo haber sido compartido con un Zalbide recién salido de la cárcel con un enorme prestigio en ETA y la izquierda abertzale. A la hora de explicar por qué se había llevado Belloch al «escéptico y preparado jurista» Juan Luis Ibarra, decía de él que se trataba del «contrapunto idóneo para frenar al arrollador ministro». A Margarita Robles, «la primera mujer en presidir una Audiencia Provincial en España», se la habría llevado desde Bilbao por su «enorme capacidad de trabajo». Juan Alberto, hijo de un Gobernador Civil «aperturista» de Gipuzkoa, se había llevado incluso a sus secretarias, de una de ellas, Karmele Mujika, decía la periodista-abogado Teresa Uriarte haber dejado «estupefacto a Xabier Arzalluz cuando lo recibió en perfecto euskera». No lo dice Uriarte, pero lo dijo posteriormente el propio Belloch, en el despacho del magistrado se diseñó y dio forma a ERNE, sindicato con mucho protagonismo en la Ertzaintza.

El biministro, «biflequillo, bipálido, biojeroso y bibarbado», le mereció un perfil a Manuel Vázquez Montalbán, que lo vio con pinta de anarquista italiano infiltrado en el ministerio «para ponerle una bomba Orsini al señor biministro». Al perspicaz Manolo no le pasó inadvertida la esquizofrenia subyacente en los títulos de Justicia e Interior, «al orden y sus sombras: la injusticia y el desorden». «Cuando me acompaña hacia la puerta presiento la sombra del coronel Rodríguez Galindo cerniéndose por los salones. Temo por el aparato digestivo de este bidelgado biministro», escribió, y recogió las palabras del fotógrafo que le acompaña en la entrevista, Cirilo, de Sestao, en relación a lo que acaban de oír acerca de un coronel que ya había decidido premiarlo con un ascenso a general: «esta gente, Manolo, tiene una lógica que no es la nuestra». La sombra del general le acompañará en todos estos años al prometedor juez, convertido en político bastante menos glamuroso que lo que se le prometía, hasta hoy, cuando ha publicado un libro para explicar y explicarse, “Una vida a larga distancia, Memorias de un juez y político independiente”, y ha provocado un escándalo, mayor desde luego en Euskadi que fuera de ella.

Junto a alguna incoherencia cínica, como la que usa para explicar que la tortura no servía para nada; alguna exageración interesada, que había un montón de empresarios deseando financiar la guerra sucia contra ETA; y una falsedad manifiesta, la de que si el GAL hubiera sido institucional no hubiera sido tan chapucero, se le puede dar la razón cuando dice que los que más mano dura y a cualquiera precio reclamaban en los medios de comunicación, se hicieron luego los indignados a fin de descabalgar a Felipe González. Se le puede dar la razón cuando afirma que había en la sociedad un clima explicativo, si no justificador de los GAL, que incluso Joseba Elosegi, seguramente el resistente jelkide más activo de la generación de la guerra en el franquismo, verbalizaba al decir que contra ETA «los procedimientos tienen que ser de fuerza. No se les puede derrotar jugando al mus, ya que ellos no quieren jugar al mus. Hay que buscarles en su campo, pero sin soluciones extremas al estilo de las dictaduras. La fuerza no entiende más que la fuerza, pero sin que esto implique la participación de elementos que quieren destruir todo lo logrado. Hay que hacer que el pueblo entienda que no hay solución por este camino».

No ha dicho nada nuevo Juan Alberto Belloch en las entrevistas que le han hecho con ocasión de su libro, nada que no hubiera dicho antes, pero sus palabras han provocado entre nosotros, además de una adolorida, indignada y justificada reacción en las víctimas, una inocultable incomodidad en los que daban por amortizadas las vulneraciones de los derechos humanos de los representantes institucionales, daban por suficientes las explicaciones dadas, mientras nunca juzgaban suficientes las que exigían a los representantes de la izquierda abertzale en relación a su actitud y comportamiento ante las vulneraciones de los derechos humanos por parte de ETA. En un tiempo en el que el relato del pasado se usa como munición, sobre las declaraciones de Juan Alberto Belloch pensarán los bien-pensantes que son muy inoportunas. Pronto las retirarán de escena.