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Atencion primaria de salud: papel fundamental en una nueva estrategia de salud mental


La neurociencia, gracias al perfeccionamiento de las técnicas de neuroimagen, ha demostrado la inseparabilidad del cuerpo y la mente y ha permitido entender la función de esta -pensamiento, conciencia, memoria...- como lo que es, una función del cerebro, un órgano complejo y físico que forma parte del cuerpo, de la misma forma que la respiración es la función de los pulmones, o la digestión del aparato digestivo. También ha permitido conocer que las emociones habituales que se producen en todas las personas, enfermas y no enfermas, como miedo, preocupación, incertidumbre, enfado, rabia, etc., activan el eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal y el sistema nervioso autónomo, produciendo una descarga de sustancias bioquímicas capaces de facilitar la aparición de síntomas. ¿Quién no ha visto en personas sanas un desvanecimiento o mareo en el contexto de un funeral? O, ¿quién no se ha sentido mal de una forma vaga y difícil de definir cuando está preocupada? Estos son síntomas físicos emocionales.

Las estrategias de salud mental desarrolladas hasta ahora no han conseguido eliminar el sentimiento de fracaso personal, culpa y estigma asociado a las personas con enfermedad mental. El aumento de casos, sobre todo ansiedad y depresión, hace necesario desarrollar una nueva estrategia de salud mental, siendo esta una buena oportunidad para modificar las concepciones actuales que favorecen el citado estigma. Al menos serían tres: la dicotomía física/psicológica, cuerpo/mente, que mantiene el concepto de la mente en un territorio confuso y oscuro; La exclusión de la influencia de los determinantes sociales en la enfermedad mental, que convierte a esta en un problema psicológico individual, derivado de una incapacidad personal para solucionar las vicisitudes de la vida; y el actual modelo biomédico de atención que, para subsistir, precisa de la enfermedad por lo que medicaliza la vida.

Basados en el conocimiento producido por la neurociencia, la nueva estrategia de salud mental debería:

Uno. Eliminar expresiones que tantas veces hemos utilizado y que tanto sufrimiento han provocado y provocan, como la de «pacientes somatizadores» (pacientes con síntomas físicos frecuentes y variados cuya aparición no está justificada por una causa física conocida), y sustituirlas por otras que recojan la realidad biológica y corporal de todos los síntomas psicológicos.

Dos. Hacer campañas de sensibilización social que incluyan la importancia de la biografía y los determinantes sociales en la salud mental. La neurociencia ha demostrado que para el cerebro solo existe el momento presente y que en este presente están incluidos tanto nuestros recuerdos del pasado como nuestras expectativas del futuro. ¿No nos parece normal que una persona sana pueda sentir miedo, frustración, angustia, impotencia, rabia, etc., cuando no puede emanciparse, cuando sufre violencia de género, cuando tiene un trabajo en precario, unas pensiones insuficientes? Por lo tanto, aumentarán los síntomas y las probabilidades de padecer todo tipo de enfermedades, incluidas las mentales.

Tres. Implantar un modelo de atención integral bio-psico-social-espiritual en Atención Primaria, en el que cada consulta sea una oportunidad para la salud, independientemente de la presencia o no de una enfermedad. Hemos visto que los síntomas no necesariamente implican una enfermedad, pero en el modelo biomédico dualista todo síntoma es o biológico o psicológico y, por lo tanto, cualquier persona que entra en el sistema de salud tiene muchas probabilidades de ser medicalizado y, si persiste la sintomatología, de ser enviado al centro de salud mental -ante las quejas comprensibles de los psiquiatras-, favoreciendo de esta forma la medicalización de las vivencias de la vida. ¿No es más preciso llamar a este sistema basado en el modelo biomédico, sistema de salud centrado en la enfermedad?

El problema consiste en que cualquier síntoma, una diarrea, cansancio, mareo... puede deberse tanto al nerviosismo previo a una entrevista de trabajo, una boda, como a una enfermedad mental, e incluso a una enfermedad potencialmente grave y letal como el cáncer. Plantea un auténtico reto diagnóstico (síntomas inespecíficos, poco tiempo de evolución, valores predictivos positivos bajos...), reto que solo tiene solución si en Atención Primaria utilizáramos un modelo integrador que fuera sumativo y enriquecedor. Así, en la necesaria orientación diagnóstica de cualquier síntoma, descartemos de forma razonable una enfermedad grave, investiguemos las emociones asociadas al síntoma (la no aceptación de una limitación física puede acarrear un dolor y sufrimiento insoportable), y exploremos su repercusión social (y biológico, psicológico-biológico, social, espiritual, etc.). Tengamos también en cuenta que, aunque hoy la dificultad respiratoria ha podido ser producida por un cuadro de ansiedad, la próxima vez que acuda a consulta por el mismo síntoma puede ser debido a un problema cardiaco, por lo que es necesario implementar el diagnóstico integral en todas las consultas. Este diagnóstico integral de la persona permite encauzar sus problemas de salud y realizar después las interconsultas que creamos beneficiosas para el paciente a psicólogas, psiquiatras o profesionales de cualquier otra especialidad. Por ello es necesaria una oferta asistencial adecuada de todas y cada una de las especialidades, que en el caso de las psicólogas sabemos que es insuficiente.

Sabemos hacerlo y podemos hacerlo, lo único que necesitamos es un sistema de salud centrado en la salud, en la persona -empoderamiento y cuidado- y la comunidad, con visión holística, bio-psico-social, y que sitúe a la Atención Primaria de Salud en el centro del sistema sanitario. Los recursos que necesitamos para ello son simples: atención continuada para volver a ser el médico de toda la vida, y consultas presenciales con tiempo suficiente, no menos de quince minutos por consulta.