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EDITORIALA

El Tour es un escaparate internacional de lujo; hay que decidir cómo desea vivir la ciudadanía vasca


Con la excepción de algunos excesos al estilo de «¡Bienvenido, Mister Marshall!» por parte de instituciones y grupos mediáticos, el comienzo del Tour ha salido mejor de lo esperado. La entrevista en este medio con el director de la carrera mostró la profesionalidad que tiene este evento. Documentado, inteligente, sensible… Christian Prudhomme no dio puntada sin hilo y adelantó lo que vendría después: todo en favor del espectáculo, del negocio y de la necesaria política. Y del deporte, claro está.

El respeto a la cultura y a la lengua vasca ha estado por encima de la media de algunas de las instituciones del país. La interlocución ha sido más abierta y menos sectaria que en otros eventos de estas dimensiones. La carrera traspasará mañana la frontera sin pasaportes. Incluso es de agradecer que no se escondan los intereses que hay detrás de esta iniciativa.

Consensos, no por ello acríticos

Se ha trabajado una voluntad general favorable a que el Tour partiese de Euskal Herria. Se han contemplado los intereses de los diferentes sectores de la sociedad y se ha puesto difícil una postura abiertamente contraria. Se han escuchado las críticas y se han rendido cuentas por encima de la media. Falta por ver si el balance está a la altura, una vez pase la prueba.

Eso no evita las molestias que provoca la carrera. Ocupación del espacio público, exigencias sin contrapartidas a entidades e instituciones, problemas de movilidad, beneficios para una minoría y contratiempos para la mayoría. Capital público desviado a manos privadas de forma clientelar. Se fomenta un modelo socioeconómico poco sostenible. Lógicamente, el «Grand Depart» no puede solucionar los problemas endémicos de un país, pero los deja en evidencia.

El deporte que está en la base de todo

Si en algo es una potencia Euskal Herria es en el deporte de base y en el voluntariado asociado a él. Multitud de personas dedican gran parte de su tiempo libre a apoyar a los y las más jóvenes. Nada escapa a la fuerza asfixiante del fútbol, pero las escuelas de pelota, rugby, surf, basket, montaña, gimnasia… y, por supuesto, las de ciclismo, aportan una cultura y unos valores que marcan a pueblos enteros. Así salen profesionales, así se construyen las aficiones positivas.

La inversión en el Tour ha dejado en evidencia que, en el caso del ciclismo, pero no solo en él, las administraciones vascas no aportan lo que deberían.

Wagnerianos de pacotilla

Las amenazas por partes del movimiento asindical de la Ertzaintza fueron tan lejos que perdieron valor. No han saboteado la carrera, pero por lo demás han puesto sobre la mesa en qúe se ha convertido ese cuerpo y la necesidad de una profunda reconversión.

Este tema demanda un debate serio y consensos amplios. Esta misma semana se han visto dos ejemplos de cómo construirlos -en el Tour- y de cómo minarlos -en algunas instituciones-. Hay que elegir. Ya es hora de cambiar en serio de fase histórica.

«Fair-play», en base a su fuerza democrática

La carrera pasa en cosa de segundos, y tras recoger los bártulos y los residuos, los pueblos recuperan la normalidad. Una normalidad que en el caso vasco muestra grandes virtudes, bastantes problemas y algunas taras. Se ha demostrado cómo quiere el país que lo vean en el mundo: moderno, con una identidad potente, abierto, trabajador, dinámico… Algunas cosas son más ciertas que otras, pero no está mal.

El sentido de ese ejercicio es ayudar a decidir cómo quieren vivir y relacionarse la sociedad vasca y sus instituciones de forma soberana. Cómo construir la nación vasca al servicio de su ciudadanía, libre, con todos los derechos para todas las personas.