GARA Euskal Herriko egunkaria
EDITORIALA

Ni cerrando puentes frenarán a este país


Apenas 24 horas ha estado abierto el puente peatonal Avenida entre Irun y Hendaia. Tras pasar el Tour, ayer varios operarios franceses volvieron a poner el vallado que impide a los peatones utilizar esta infraestructura viaria. Los alcaldes de Irun, Jose Antonio Santano, y de Hendaia, Kotte Ezenarro, no dudaron en acercarse el lunes al lugar para inmortalizar el «anhelado momento» de la apertura. Ayer regresaron para quejarse amargamente de la decisión adoptada por la Prefectura y convocar una concentración para el próximo viernes.

La obcecación en cerrar el puente peatonal es una extraordinaria metáfora de la política actual. Por un lado, Bruselas habla de la Europa sin fronteras y por otro los gobiernos estatales abren y cierran los pasos fronterizos a discreción. Por si eso fuera poco, los fondos europeos financiaron la renovación de esta histórica infraestructura, pero los Estados la mantienen sin uso, anulando la inversión realizada y afirmando, de paso, quién tiene el poder. La Unión Europea se presenta como el paraíso de las libertades pero la única libertad que realmente se garantiza es la de las empresas privadas para hacer negocios. Así, el Gobierno francés no tuvo ningún reparo en abrir un puente, cerrado a pesar de la demanda de la ciudadanía y de los alcaldes de la zona, para que pasara una carrera ciclista que además es un negocio privado. A renglón seguido, lo volvieron a cerrar, dejando en evidencia a esos mismos alcaldes y mostrando un despotismo propio de otros tiempos. Los gobiernos europeos hacen y deshacen sin importarles lo más mínimo las reglas comunes acordadas en Bruselas; y mucho menos las demandas sociales.

Para la ciudadanía vasca la decisión de cerrar el puente es un recordatorio de que Euskal Herria sigue dividida por una frontera artificial sobre la que los Estados no permiten que la sociedad vasca tenga ni voz ni voto. Una frontera que además se ha convertido en trampa mortal para los migrantes. Pero el paso del Tour también ha mostrado que a ambos lados del Bidasoa vive un pueblo que está dispuesto a tomar sus propias decisiones, por encima de desplantes y de imposiciones.