Josu MONTERO
Escritor y crítico

Vieja

Abuelo” o “campeón” suelen ser apelativos habituales para dirigirse a mi aita en diferentes ámbitos públicos; cuando le acompaño a algún especialista médico, por ejemplo, casi todos se dirigen a mí y no a él, que les comprende perfectamente. El filósofo Gregorio Luri ha escrito que a los viejos «se les permite ser figuras entrañables, pero no de autoridad».

La empalagosa y buenista idealización de “nuestros mayores” es la mejor manera de suprimirlos, de quitar de en medio su individualidad y su diferencia; en nuestro rampante capitalismo, no trabajas, no produces, luego no sirves. Somos cada vez más conscientes de los comportamientos sexistas o racistas, pero cada vez menos de las múltiples actitudes edadistas. No hay más que ver cómo se ufanan todos los partidos de la juventud de sus políticos; antaño edad era sinónimo de sabiduría, hogaño lo es de estorbo o de cliente del floreciente ramo asistencial-comercial del terceredadismo.

En “La vejez”, Simone de Beauvoir dio en la diana cuando escribió: «El joven teme a esa máquina que va a atraparle, a veces intenta defenderse con adoquines»; la máquina es, claro, el tiempo, la muerte, y lo que hace la escritora francesa -en 1970- no es sino diagnosticar el naciente forever young, la eterna juventud que nos vende el capital, el imperio de la cultura juvenil. Anna Freixas define su libro “Yo, vieja” como una propuesta de resistencia; reivindica el término “vieja”: «Pronunciarla es la única forma de borrar se estigma negativo. Queremos sortear una palabra que forma parte de la vida».