Koldo LANDALUZE
CRÍTICA: «LA JAURÍA»

En el corazón de las tinieblas

Andrés Ramírez Pulido ha debutado en el formato largo con esta muy poco amable y certera producción en la que un grupo de adolescentes se encuentra retenido en un reformatorio enclavado en las entrañas de la selva colombiana.

Lo más inquietante de este lugar es que se supone que se trata de un centro pionero y experimental que supuestamente ha sido creado para lograr una reinserción “natural” de sus reclusos, un nutrido grupo humano que cumple condenas por delitos de sangre y robo. Para lograr dicha reeducación, los presos son sometidos a extenuantes ejercicios físicos y sesiones de terapia grupales.

Incomunicados, los jóvenes se convierten en el personal coto de caza sicológico de un educador que se autoerigió en totémica presencia y que se sirve de su sadismo para imponer sus reglas. En este entorno salvaje e implacable, el protagonista se emplea a fondo para sobrevivir y no ser pasto de la locura.

OSCURA E INQUIETANTE

Mediante un tratamiento muy natural y unas interpretaciones servidas por actores no profesionales, “La jauría” acierta a trasladar al espectador a un infierno del que parece no haber salida. Tomando como referencia sus anteriores cortometrajes -”El Edén” (2016) y “Damiana” (2017)-, Ramírez Pulido guía su historia hacia un punto de inflexión determinado con la llegada de un nuevo recluso que sembrará el caos en este lugar olvidado. Oscura e inquietante, la película sigue la estela de otras como “Monos”, de Alejandro Landes, en la que también asistíamos a los miedos y complicidades que se establecen entre un grupo de chavales que son llevados a extremos terribles y que no dudarán en sacar ese lado temible que pugna por salir en cuanto surgen las amenazas y es obligatoria la supervivencia.